Por Logbona Olukonee

«Kings and Queens and people in between,
poderosxs todxs somos poderosxs.
Las vacas, los toros y las mariposas.
Poderosxs, todxs somos poderosxs.
Intersexuales, dioses y diosas.»
Krudas Cubensi, CD Poderosxs, 2014.

A partir de una conversación con Odaymara Cuesta y Olivia Prendes, integrantes del grupo de rap feminista queer Krudas Cubensi, sobre los inicios del grupo OREMI (red de mujeres lesbianas y bisexuales de Ciudad de la Habana), en 2004, me puse a pensar en la necesidad de rescatar las historias invisibilizadas de la comunidad LGBTIQ cubana. En sus esfuerzos por legitimar algunos campos científicos como la medicina, la pedagogía y la psicología durante los siglos XVIII, XIX e inicios del XX, la academia de ciencias en Cuba patologizó e invisibilizó a la población no-heteronormativa. El artículo «Critica del hombre mujer», escrito por José Agustín Caballero en 1790, y los estudios del profesor Luis Montané recogidos en la ponencia «La pederastia en Cuba», en 1890, son muestras de la preocupación de los científicos de la época por las prácticas homosexuales masculinas y el travestismo (1). Otro ejemplo llegado a nuestros tiempos es el juicio de Enriqueta Favez, una mujer francesa que, por vestirse de hombre y contraer nupcias con otra mujer a fines del siglo XVIII, en la ciudad de Baracoa, en Guantánamo, fue condenada a 12 años de cárcel y luego al destierro (2).

Estas evidencias históricas han llegado hasta nuestros días como ejemplos de los discursos heterosexistas que caracterizaron al proceso de construcción de la nación. En su afán de reformar los comportamientos no-heteronormativos, reafirmaron la presencia de una cultura queer (3) ya en aquellas épocas.

A pesar de los esfuerzos nacionalistas normativos heterosexuales, muchas historias queer sobresalen aun en la actualidad y perviven en la cultura popular y en los imaginarios populares que provienen del tiempo colonial.

Como bien afirma el historiador cubano Abel Sierra, la escritura de la historia de Cuba se ha enfocado, principalmente, en resaltar procesos culturales vinculados a los espacios públicos y, por tanto, asociados a los hombres, entre los que se encuentran la política, la economía y la guerra (4). Ello ha reducido la historia de las mujeres, de los afrodescendientes y de las personas LGTBIQ a la relación que hayan tenido con los hombres y sus historias. Mientras tanto, sus propias historias y experiencias han quedado en el olvido.

Con la llegada del siglo XXI, las ciencias y los medios de comunicación en Cuba han comenzado a visibilizar la comunidad LGTBIQ desde una luz positiva, intentando deshacer los siglos de discriminación y la fuerte connotación negativa que tiene en nuestra isla.

Gracias al apoyo de Mariela Castro, el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) y grupos queers autónomos como Arcoíris, se ha desplegado una extensa campaña en los medios y en las instituciones cubanas para defender los derechos de las personas LGTBIQ.

Ello ha permitido que artistas, investigadores, activistas y la sociedad en su totalidad puedan debatir, estudiar y representar los temas de la comunidad LGTBIQ en Cuba más libremente que décadas atrás, cuando eran legal y moralmente condenados. Pese a ello, siento que una gran parte de los investigadores e instituciones estatales necesitan reconocer el papel de la comunidad LGTBIQ en la lucha por nuestros derechos civiles.

Feministas lesbianas y queers como Cheryl Clarke, Audre Lorde y Gloria Anzaldua develaron el papel del racismo, la heterosexualidad y la misoginia en la opresión de las mujeres de color y lesbianas en Estados Unidos, pero también revelaron la resistencia anticolonial y antihegemónica que las mujeres negras y latinas no-heterosexuales han desplegado para sobrevivir a esos discursos y políticas segregacionistas.

La escritora puertorriqueña Yolanda Arroyo, entre otras afrofeministas caribeñas, habla en su libro Tongas, Palenques y Quilombos. Ensayos y columnas de afrodescendencia (5), sobre las numerosas estrategias que las esclavas y mujeres afrodescendientes utilizaron para enfrentarse desde sus posibilidades al proceso colonizador. Entre las más conocidas se encuentra el cimarronaje, el aborto, la producción agrícola para el sustento familiar, la venta en los mercados negros y las diferentes expresiones de asociaciones femeninas.

En su libro Pedagogies of Crossing, Jacqui Alexander habla de otras vías por las cuales muchas mujeres han sobrevivido en las duras condiciones impuestas por el colonialismo y el neocolonialismo heterosexual, racista, clasista y misógino, mediante el trabajo sexual, la economía informal, la migración, el travestismo (6).

La profesora afroamericana Omiseke Natasha Tinsley ha explicado también que, durante la travesía de África Occidental hacia América, en los barcos negreros, muchas mujeres se unieron en relaciones amorosas con otras mujeres para luchar contra la mercantilización de sus cuerpos mediante la emoción y la apreciación de otro cuerpo.

Estas mujeres fueron reconocidas como matti, que quiere decir compañera de travesía, pero que en Surinam se utiliza aún para designar a las lesbianas (7).

En Cuba también tenemos una historia en la denominación de las mujeres lesbianas. Durante una conversación con Pasa Kruda y Olivia Kruda, algunos días atrás, estuvimos reflexionando sobre el origen de la palabra «tortillera» que en nuestro país se utiliza peyorativamente para designar a las mujeres lesbianas.

Según cuentan las Krudas, en la Loma del Ángel, ubicada en el actual municipio capitalino Habana Vieja, vivían hace mucho tiempo, a inicios del siglo XIX, un grupo de mujeres que vendían tortillas, bollos, pasteles y otros dulces y golosinas. Estas mujeres vivían juntas, no tenían marido ni acompañantes masculinos, algunas tenían mujeres como amantes y compañeras de vida.

El rasgo más significativo de todas ellas era que vivían juntas en comunidad, que eran económicamente independientes de los hombres y que no tenían parejas masculinas. Ellas comentan que de esta historia deviene lo que se ha conocido como: tortillera, bollera y pastelera, para definir a lo que hoy día conocemos como lesbiana.

Esta historia pudo ser cierta o no, pero resulta interesante pensar que ha trascendido hasta la actualidad en los imaginarios populares y en nuestro lenguaje, no porque vendían tortillas o dulces, sino por tener una empresa autónoma, un estilo de vida anti-normativo e independiente del poder patriarcal. Me llama aún más la atención que fuera relacionada la forma de vida de esas mujeres con lo que hoy día se conoce como lesbianismo en Cuba.

El término tortillera ha sido utilizado históricamente para ofender a aquellas mujeres que tienen relaciones amorosas con otras mujeres. Sin embargo, he visto situaciones donde, simplemente, por no responder a los piropos de los hombres, por no tener un compañero masculino, o por tener un estilo de vida diferente al que debe seguir una mujer en Cuba, como ser madre o estar casada, muchas mujeres han sido tildadas de tortilleras.

Es decir, este término, más que designar a las mujeres que tienen relaciones sexuales con otras mujeres, se ha utilizado para destacar de forma negativa a aquellas mujeres que no se rigen por los patrones heteronormativos de la sociedad cubana, aquellas que son jefas de familia, económicamente independientes, o quienes no responden asertivamente a los comentarios irrespetuosos que los hombres diariamente nos gritan en la calle.

La profesora Norma Guillard apunta que las mujeres hemos sido definidas para servir a otros, los hombres, y cuando nos rebelamos somos inmediatamente caracterizadas como locas, brujas o lesbianas. Por ello en nuestra sociedad, la feminidad de una mujer está en dudas si ella llega a la edad de 30 años soltera, sin haber tenido nunca un novio, oficialmente (8).

La poeta afronorteamericana Cheryl Clarke expuso en su artículo Lesbianismisanact of resistance, en 1987, que todos los hombres sin importar su color, procedencia social y económica «poseen el poder de actuar legal, moral, y/o violentamente cuando no pueden colonizar a las mujeres, cuando no pueden limitar nuestras prerrogativas sexuales, productivas, reproductivas, y nuestras alegrías.» (9)

La utilización de la palabra «tortillera» como una ofensa pone de manifiesto los rígidos patrones heteropatriarcales de socialización y los limitados estereotipos que pueden tener las mujeres en Cuba, sin ser estigmatizadas. Para Norma Guillard, haber nacido mujer y buscar la liberación de una misma con respecto a las expectativas impuestas socialmente, nos hace sujetos del prejuicio social (10). De tal manera, las mujeres que se rehúsan –o no pueden mantener– los patrones tradicionales de la feminidad han sido negadas, oprimidas e invisibilizadas históricamente. La autonomía femenina es vista como una amenaza al sistema heterosexual, que considera a las mujeres como seres sexuales pero no como seres sociales independientes (11).

Ochy Curiel explica que Monique Wittig definió la heterosexualidad como un régimen político cuya ideología está basada, fundamentalmente, en la idea de que existe la diferencia sexual. Aunque esa diferencia no existe más que como una ideología conceptualizada por quienes sostienen el poder y la hegemonía que oculta lo que ocurre en el plano económico, político e ideológico, Cheryl Clarke alegó que el sistema patriarcal se sostiene mediante una heterosexualidad obligatoria para mantener a las mujeres y hombres también obedientes (12).

En Cuba, los movimientos nacionalistas independentistas del siglo XIX y XX –al igual que otros del Tercer Mundo, –apoyaron la homofobia y el racismo, aun entre las facciones más radicales para legitimar sus movimientos ante la cultura occidental heteropatriarcal. Cathy Cohen explicaba que los actos de inconformidad protagonizados por los sectores más pobres, en respuesta a la imposición de la normalización negra (como un ejemplo de los intentos normalizadores de los movimientos anticoloniales), han sido considerados comportamientos inmorales, desviados. Entre ellos se destacan las expresiones no normativas, procedentes de las mujeres y las personas LGTBIQ, quienes fueron la fuerza de trabajo de la plantación y constituyeron la base sobre la cual se erigió la cultura euro-occidental heteropatriarcal (13).

La permanencia de la historia de las mujeres vendedoras de tortillas de la Loma del Ángel del siglo XIX en nuestro imaginario popular es un recordatorio de lo que la sociedad heterosexual repudia.

Sin embargo, desde un posicionamiento feminista afrodescendiente, «tortillera» es en sí mismo el reconocimiento de la rebelión de las mujeres queers al sistema heterosexual, por lo tanto es una historia de sobrevivencias y de autonomía feminista. La historia de las mujeres que vendían tortillas en la Loma del Ángel en el siglo XIX, aún con sus estilos de vida tan «raros», quedó en nuestro imaginario popular como un ejemplo de la resistencia de las mujeres afrodescendientes queers contra la explotación colonial heteropatriarcal. El hecho de permanecer en nuestra memoria histórica representa una lucha dialéctica entre la ideología reguladora heterosexual de la cultura oficial y las disidencias no heteronormativas que integran la cultura popular.

Con lo que se demuestra que, pese a los fuertes discursos normativos que todavía existen en nuestra sociedad, dentro de nuestra historia popular perviven experiencias, formas de vida no-heterosexuales que han logrado sobrevivir a la regulación heterosexual y que se han insertado en el proceso de construcción de nuestra nación. Dando por resultado la evidente debilidad del carácter heterosexual de la nación, ya que entre sus bases estructurales se encuentra una esencia queer desestabilizadora.

Me interesa llamar la atención sobre la necesidad de rescatar las historias de nuestra comunidad LGTBIQ que sirvan para empoderar nuestro movimiento. Si ciertamente la cultura gay, tal como la conocemos hoy, es un producto del siglo XX, las personas LGTBIQ hemos existido en cada momento histórico y es imprescindible sacar a luz pública nuestra historia.

El curso de literatura cubana LGTB que impartieron los especialistas Norge Espinosa y Víctor Fowler en marzo de 2014, en La Habana, significó cierto reconocimiento de la academia cubana por la necesidad de visibilizar y estudiar los temas LGBT y queers en Cuba.

Este curso mostró una literatura gay en Cuba desde la república neocolonial hasta la actualidad. Aportó valiosa información sobre los mundos LGTB antes y después de 1959. Sin embargo, como bien explicó Norge Espinosa, el tema de la literatura lésbica o la que se propone desvelar el mundo lésbico y queer femenino no pudo ser estudiada debido a la falta de información que existe al respecto.

En una conversación con la coordinadora nacional de la red de mujeres lesbianas y bisexuales, Teresa de Jesús Fernández, ella apuntaba que «cuando vamos a leer la historia de este país, nunca sabemos si las mujeres recogidas por sus aportes a las ciencias, al arte y a la política eran o no lesbianas, porque eso se escondió, se negó.»

Me uno al reclamo que muchos académicos e intelectuales de la Diáspora Africana están haciendo acerca de la necesidad de reescribir la historia desde los márgenes de la sociedad. Coincido con Teresa de Jesús Fernández en la necesidad de desarrollar una epistemología feminista para revelar las historias sumergidas por la historiografía tradicional. Yolanda Arroyo denunció, mediante un proverbio nigeriano (14), el carácter patriarcal de la historia e instó a las feministas académicas y activistas a producir obras que rescaten las historias de mujeres.

Como lesbiana e historiadora cubana me siento muy orgullosa del origen de la palabra que designa a lesbiana en nuestro país (tortillera), porque está conectado con una historia de autonomía femenina e independencia del sistema heteropatriarcal colonialista.

Muchos movimientos de liberación han usado las palabras que los humillan para empoderarse, revertir el efecto del insulto en una bandera de liberación, como el movimiento queer en Estados Unidos, los movimientos indígenas y los Sin Tierra en América Latina.

En estos momentos varias mujeres trabajamos para rescatar nuestra historia queer femenina, para empoderar a la comunidad lésbica y queer; no obstante, seguimos siendo la minoría del movimiento LGTBIQ, y las lesbianas permanecen en el ostracismo.

Los espacios de socialización para las lesbianas, mujeres bisexuales y queers son ínfimos, carecen de una crítica feminista que aporte creativamente herramientas de emancipación social y respeto entre las propias mujeres. Los medios de comunicación mantienen un velo de desinformación sobre las lesbianas, incrementando la ignorancia que trae consigo más prejuicios y lesbofobia, «porque el que no sabe es como el que no ve».

Sin embargo cada vez, con más frecuencia encuentro, parejas de mujeres no-heterosexuales en la calle expresando públicamente su amor, mujeres con una presentación de género masculina, personas que se encuentran en una transición hacia lo trans. La diversidad de mujeres queer en La Habana es cada vez mayor y mucho más pública que hace algunos años, muestra de una comunidad que crece, exponencialmente, y de que, a pesar de vivir en una sociedad heterosexual y hetero-normativa, los insultos ya no son suficientes para que las personas permanezcan en el closet.

La numerosa presencia de mujeres con una presentación de género no-heteronormativa en nuestras calles pone, implícitamente, en la palestra pública, las estrategias de resistencia femeninas actuales, ya que son muy pocos los espacios en el sector estatal y privado (legal) que contratarían a mujeres masculinas, o a mujeres trans, debido a la lesbofobia y transfobia que perviven en nuestra sociedad. Siguen existiendo trabajadoras sexuales, proxenetas, «luchadoras», cuentapropistas, trabajadoras domésticas, mujeres que se travisten para navegar con mayor seguridad y oportunidad en el mercado negro. Estas vías de sobrevivencia tienen una raíz en un pasado que reclama atención y visibilización en las ciencias, los intelectuales y nuestras conversaciones diarias.

Para ello debemos reconocernos con orgullo, estar empoderadas, rescatar nuestra memoria histórica. La historia de las tortilleras de la Loma del Ángel puede ayudarnos en ese camino de reivindicaciones queer.

Notas:

[1] Abel Sierra: Sexualidades disidentes en el siglo XIX en Cuba. En: E.I.A.L, Vol.16, No. 1, 2005.

[2] Julio Cesar Pagés: Por andar vestida de hombre. Editorial de La Mujer. La Habana, 2012.

[3] La palabra queer quiere decir raro y fue utilizada para denigrar y humillar a las personas LGTBIQ en Estados Unidos. A partir de la pasada década del ochenta, las feministas latinas y afronorteamericanas se reapropiaron del término para empoderar a la comunidad no heterosexual, de color y pobre. Durante los años noventa, académicos y activistas expandieron el significado de esta palabra generando movimientos antinormativos dentro de la comunidad LGTBIQ en ese país. Para mí, queer, desde una crítica afrodescendiente feminista puede entenderse más allá de una definición para reconocer las identidades sexuales no heterosexuales, como una forma de vida vinculada a los estilos de vida de muchas mujeres afrodescendientes y también mujeres blancas pobres, quienes viven sin la presencia del hombre como jefe del hogar o proveedor económico y cuyos ingresos dependen de los negocios ilícitos, el mercado negro, el trabajo sexual, los trabajos en los sectores informales, por ejemplo. Muchas madres solteras, mujeres lesbianas, mujeres trans, jefas de familia, cuentapropistas de los sectores más pobres entran en esta categoría.

[4] Abel Sierra: Sexualidades disidentes en el siglo XIX en Cuba. En: E.I.A.L, Vol.16, No. 1, 2005.

[5] Yolanda Arroyo: Tongas, Palenques y Quilombos. Ensayos y columnas de afrodescendencia. Editorial Educación Emergente, 2013.

[6] M. Jacqui Alexander: Pedagogies of Crossing. Meditations on feminism, sexual politics, memory and the sacred. Duke University Press, 2005.

[7] Omi´seke Natasha Tinsley.Black Atlantic, Queer Atlantic.Queer Imaginings of the Middle Passage. En: GLQ. Duke University Press. Vol. 14 No.2-3.

[8] Norma R. Guillard Limonta: “Cuba and the revolutionary Struggle to Transform a Sexist Consciousness: Lesbians on the Cuban Screen”. En: Latin American Perspectives. Vol. 36, No. 1.Pp. 63-71, 2009.

[9] Cheryl Clarke: Lesbianism is an act of Resistance. En: This Bridge Called my Back. Writings by Radical Women of Color. Kitchen Table: Women of Color Press. New York. Pp.128, 1987.

[10] Norma Guillard, Ibid., pp:10.

[11]Ochy Curiel: El régimen heterosexual y la nación. Aportes del lesbianismo feminista a la antropologia. En: La manzana de la Discordia. Enero-Febrero, Vol. 6, No.1, pp. 25-46, 2011.

[12] Clarke, Ibid, pp: 130.

[13]Cathy Cohen: Deviance as Resistance. A New Research Agenda for the study of Blacks Politics. En: Du Bois Review. Vol. 1 No.1, pp. 27-45, 2014.

[14] “Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador”.

Tomado de Semlac

Una respuesta a “La Loma del Ángel y las «lesbianas». Recuperando la memoria histórica de las mujeres queer”

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