Desde Cuba: una lección en el tema racial


Por Alejandro de la Fuente

En un artículo reciente de la sección «The Stone,» del New York Times, Gary Gutting instó a los lectores a ver «más allá de la indignación sobre el tema racial» provocada por el caso de Trayvon Martin y a concentrarse en lo que acertadamente describió como causas «profundas» que sostienen el edificio de la desigualdad racial — especialmente el injusto sistema económico que existe en los Estado Unidos. Ese sistema está basado en la idea de que las personas compiten en el mercado por el acceso a productos básicos y a servicios en condiciones de igualdad. Pero dado que dichas personas entran a ese mercado desde circunstancias sociales muy diversas, la competencia es necesariamente injusta. Quienes ya poseen bienes tienen una mejor oportunidad de renovar su acceso a los mismos, mientras que aquellos que no los tienen, carecen de posibilidades reales para obtenerlos.

Gutting hace las preguntas correctas. Si las cuestiones de justicia económica están en la raíz de los problemas raciales, ¿cuáles son las implicaciones políticas de esta realización? ¿Son estas políticas compatibles con un sistema capitalista? ¿Es el capitalismo inexorablemente injusto?

Es tentador para personas de cualquier país — y quizás especialmente de los Estados Unidos — pensar que los problemas de su política y de su vida pública son excepcionales o únicos. Sin embargo, otras sociedades multirraciales se han enfrentado a problemas similares. Olvidamos frecuentemente que los problemas raciales en los Estados Unidos forman parte de una historia mucho más amplia de diferenciación racial y de discriminación en las Américas. Menos del 10 por ciento de los africanos transportados contra su voluntad al Nuevo Mundo arribaron a lo que es hoy Estados Unidos. La mayoría de las personas de ascendencia africana en el hemisferio no viven en los Estados Unidos, sino en América Latina y el Caribe. ¿Alguna de estas sociedades ha debatido los temas planteados por Gutting? ¿Han intentado responder a sus preguntas sobre racismo y justicia económica?

Pocos en Estados Unidos buscarían respuestas a estas preguntas en las experiencias de un estado socialista. Sin embargo, un examen de la historia reciente de Cuba proporciona valiosas lecciones sobre los complejos vínculos entre la justicia económica, el acceso a servicios y productos básicos, la desigualdad racial y lo que Gutting describe como «persistentes problemas raciales.»

La respuesta cubana a la cuestión de la justicia económica y social es bien conocida. Después de la revolución de 1959, las autoridades cubanas asumieron que el capitalismo era incapaz de corregir las injusticias sociales como el racismo. A principios de la década de 1960, el gobierno cubano nacionalizó vastos sectores de la economía, desmontó los mecanismos de asignación de recursos basados en el mercado, introdujo la planificación económica central y garantizó la distribución igualitaria de alimentos y de otros bienes básicos a través de un sistema de racionamiento. Al mismo tiempo, la socialización de los servicios de salud, educativos y recreativos contribuyó a democratizar el acceso a los servicios sociales y culturales. Si por justicia económica entendemos el acceso igualitario a productos básicos y a servicios tales como la alimentación, la salud, la vivienda, el empleo y la educación, Cuba se acercó más a ese ideal que cualquier otro país en el hemisferio.

Quizás fue el escritor y activista afroamericano Julian Mayfield quien mejor capturó el entusiasmo generado por estos cambios. En octubre de 1960, Mayfield publicó un artículo en el periódico The Afro-American sobre el impacto de la revolución cubana en la cuestión racial. Su título no necesita comentarios: «Cuba tiene la solución del problema racial.»

Según las investigaciones que llevé a cabo en la década de 1990 para mi libro Una nación para todos: raza, desigualdad y política en Cuba, 1900-2000, los programas económicos y sociales promovidos por el gobierno cubano produjeron resultados dramáticos. A principios de la década de 1980, cuando disponemos de datos fiables para medir el impacto de tales programas, las desigualdades según la raza (o el color de la piel) habían disminuido notablemente en una serie de indicadores claves. La esperanza de vida de los cubanos no blancos era sólo un año menor que la de los blancos, es decir, la esperanza de vida era básicamente idéntica para todos los grupos raciales. La esperanza de vida es un poderoso indicador de bienestar social, ligado a la nutrición, la educación y el acceso a los servicios de salud (lo cual se refleja, especialmente, en la mortalidad infantil). La diferencia en la esperanza de vida cubana era significativamente menor que la registrada en sociedades multirraciales más ricas como Brasil (cerca de 6,7 años) y los Estados Unidos (unos 6,3 años) durante el mismo período.

Las diferencias raciales en la educación y el empleo también habían disminuido o, en algunos casos, incluso desaparecido. La proporción de graduados de estudios secundarios era en realidad mayor entre los negros y mestizos que entre los blancos en Cuba, mientras que lo contrario era cierto en Brasil y Estados Unidos. Los blancos continuaban gozando de cierta ventaja en el nivel universitario, pero la diferencia era minúscula. El 4,4 por ciento de los adultos blancos cubanos (de 25 años de edad o más) tenía un título universitario, comparado con el 3.5 de los que el censo contabilizaba como negros o el 3.2 de mestizos. Mientras tanto, en Estados Unidos la proporción de titulados universitarios blancos (20,5%) era dos veces mayor que entre los negros (10,7%). En Brasil era nueve veces mayor entre los blancos (9.2%) que entre los negros (1%).

Los avances en la educación se tradujeron en cambios impresionantes en la estructura ocupacional. La proporción de individuos negros y mestizos empleados en los servicios profesionales era similar a la proporción de blancos. Lo mismo ocurría en el comercio minorista, un sector que antes de 1959 había estado básicamente fuera de alcance para la mayoría de los cubanos negros. Una encuesta nacional de cuadros del estado realizada en 1986 encontró que, aunque los blancos estaban mejor representados en los cargos directivos, las diferencias raciales eran muy pequeñas. La proporción de negros en actividades manuales como la construcción y en sectores como la industria continuaba siendo mayor que entre los blancos y los negros estaban también pobremente representados en las esferas más altas del gobierno. Pero en comparación con otras sociedades multirraciales en las Américas, la estructura ocupacional cubana era significativamente menos desigual según la raza. A esto hay que añadir que los salarios en el masivo sector público (más del 90% de los empleos en ese momento) era regulados por la ley, de manera que las diferencias de ingresos eran también extremadamente bajas.

Mi argumento no es que la revolución cubana había creado un paraíso socialista en los trópicos. La sociedad cubana tenía numerosos y graves problemas. Mi punto es que, en términos de lo que Gutting llama causas «profundas» de los problemas y desigualdades raciales, Cuba había avanzado mucho, desmantelando los pilares claves de la desigualdad y creando condiciones de acceso más o menos igualitario a la educación, la salud, el empleo y la recreación.

Y aún así, los cubanos no lograron superar su propia «indignación» en las cuestiones de raza. A pesar de los enormes cambios discutidos aquí, lo negro continuaba siendo asociado con características sociales y culturales negativas. Lo negro continuaba siendo feo. Lo negro seguía siendo percibido como déficit cultural, como falta de refinamiento, cualesquiera que fueran las tasas de escolaridad de la población negra cubana. Lo negro seguía asociado a la violencia, la violación, el robo, la delincuencia. Lo negro continuaba siendo negro. El sistema de justicia continuaba criminalizando a los jóvenes negros, enviando un número escandaloso de los mismos a la cárcel. En este sentido, Cuba se parecía a los Estados Unidos. Carecemos de datos serios sobre este tema, pero cada informe disponible y cada testimonio confirman que en la década de 1980 los negros representaban la inmensa mayoría de la población penal cubana.

Un estudio que realicé en 1987 (cuando todavía vivía en Cuba) ilustra cómo los prejuicios racistas podían tener consecuencias devastadoras para los cubanos negros. Ese estudio versaba sobre la «peligrosidad social,» una figura legal contenida en el Código Penal Cubano que define como peligrosas un grupo de conductas que, aunque no constitutivas de un delito per se, muestran una supuesta inclinación a violar la ley y que son contrarias a las normas de la moral socialista. Los individuos calificados de «peligrosos» pueden ser privados de libertad incluso sin cometer actos definidos como delitos por la ley. En otras palabras, esta es una institución legal particularmente vulnerable a la influencia de prejuicios y estereotipos. Las conclusiones de ese estudio, que nunca se hizo público, eran devastadoras. Mientras que los negros y mestizos representaban el 34 por ciento de la población adulta de la Habana, su proporción entre los socialmente «peligrosos» era un aplastante 78 por ciento. Por cada persona blanca que enfrentaba cargos de peligrosidad social, había 5.430 adultos blancos viviendo en la ciudad. Entre los negros (excluyendo los mestizos) la proporción era de sólo una por cada 713 habitantes.

En otras palabras, a pesar de los éxitos de Cuba en la reducción de las desigualdades raciales, los jóvenes negros (hombres) continuaban siendo percibidos como criminales potenciales. La creencia de que las personas de ascendencia africana son racialmente diferenciadas e inferiores continuaba afectando a las instituciones y a la sociedad cubanas. El punto no es que los problemas de la justicia económica y de acceso a los recursos sean irrelevantes, desde luego. La eliminación de la desigualdad masiva es un paso indispensable para desmantelar las diferencias raciales. Existe, como argumenta Gutting, un problema profundo de acceso a los recursos básicos que necesita solución. Pero la experiencia cubana sugiere que existen otros temas, otros problemas igualmente profundos, que también requieren solución.

Esos temas se vinculan a lo que otro escritor en esta columna, George Yancy , describió como una «mirada blanca» que convierte irreflexivamente a todos los cuerpos negros en algo peligroso y desviado. A menos que desmontemos esa mirada y sus pilares culturales históricos, será difícil trascender las indignidades de la raza.

Alejandro de la Fuente es el Director del Instituto de Investigaciones Afro-Latino Americanas en la Universidad de Harvard. Es autor de Una nación para todos: raza, desigualdad y política en Cuba, 1900-2000.

(traducción del artículo «A Lesson From Cuba on Race«, publicado en el New York Times, 17 de noviembre, 2013)

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