
Por Norge Espinosa
1. El poema.
La imagen brotó de la línea de Federico García Lorca y entró a mi página. En una noche de Santa Clara, en 1987, solo tenía conmigo la visión que Lorca me ofrecía, en uno de los pasajes de ese poema tan intenso y controvertido que es su Oda a Walth Whitman. Por años, el libro había estado al alcance de la mano, y solo mediante el impulso que la lectura de otros poetas cubanos y extranjeros empezaba yo a sentir en mi ciudad natal, alcancé la revelación que ese texto me ofrecía. Quedaban a un lado los lugares comunes que persiguen a Lorca hasta el día de hoy con tanto ensañamiento como el que le reservaban sus asesinos: gitanos, lunas, panderos, cuchillos, lunas de plata amenazante, etc. Tal vez el Lorca que me sigue acompañando hasta hoy es el de ese poema que nos lo describe en pleno conflicto: como un homosexual que quiere un espejo puro en el que hallar su rostro, y no en el gesto flébil de las mariquitas y los jotos y los pájaros a quienes condena. Pero también esas mariquitas, esos desbordes de la sociedad, esos excesos que a ratos algún credo y algún gobierno ha preferido sacar de la vista, tienen a Lorca como mártir, lo reconocen entre los libros del estante que tal vez no miran con igual interés. Lorca, Wilde, Genet, Proust, Cernuda, Salvador Novo, Miguel Ramos Otero, Virginia Woolf, Djuna Barnes, Isherwood, Auden, Gingsberg. Lentamente se va creado una genealogía, una tradición, una arqueología en la que poco a poco el discurso se convierte en fuerza que mueve a la batalla, y que va dejando atrás las máscaras del amor que no puede decir su nombre, o mejor, que no se atrevería a decir su nombre. En Cuba, donde Lorca juró perderse, leerlo tiene una connotación que invita al desborde, a la indisciplina de sus aventuras habaneras y en otras provincias. La Universidad de Miami acaba de digitalizar los fondos de su enorme archivo cubano que se ocupan de la presencia de Lorca entre nosotros, y ha reaparecido el rostro del granadino, en la playa de Marianao, junto a muchachos de sonrisa fácil, a los que ha de haber seducido con la gracia que es el reverso de esos terribles versos de la Oda a Walth Withman. Dejó entre nosotros una vibración que también es erótica, polémica, sexual, política. En una noche de Santa Clara, ciudad que no visitó, ese fantasma se manifiesta e impulsa la mano de un joven poeta. Quiere un espejo, insiste, donde encontrar su rostro de modo más puro. Pero cómo mirarlo. Con qué espejos. Con qué ojos.
VESTIDO DE NOVIA
Por eso no levanto mi voz, viejo Walth Whitman,
Contra el niño que escribe
Nombre de niña en su almohada,
Ni contra el muchacho que se viste de novia
En la oscuridad del ropero.
Federico García Lorca.
Con qué espejos
con qué ojos
va a mirarse este muchacho de manos azules
con qué sombrilla va a atreverse a cruzar el aguacero
y la senda del barco hacia la luna
Cómo va a poder
cómo va a poder así vestido de novia
si vacío de senos está su corazón
si no tiene las uñas pintadas si tiene sólo un abanico de libélulas
cómo va a poder abrir la puerta sin afectación
para saludar a la amiga que le esperó bajo el almendro
sin saber que el almendro raptó a su amiga le dejó solo
ay adónde podrá ir así tan rubio y azul tan pálido
a contar los pájaros a pedir citas en teléfonos descompuestos
si tiene sólo una mitad de sí la otra mitad pertenece a la madre
de quién a quién habrá robado ese gesto esa veleidad
esos párpados amarillos esa voz que alguna vez fue de las sirenas
Quién
le va a apagar la luz bajo la cama y le pintará los senos con que sueña
quién le compondrá las alas a este mal ángel hecho para las burlas
si a sus alas las condenó el viento y gimen
quiénquién le va a desvestir sobre qué hierba o pañuelo
para abofetearle el vientre para escupirle las piernas
a este muchacho de cabello crecido así vestido de novia
Con qué espejos
con qué ojos
va a retocarse las pupilas este muchacho que alguna vez quiso llamarse Alicia
que se justifica y echa la culpa a las estrellas
con qué estrellas con qué astros podrá mañana adornarse los muslos
con qué alfileres se los va a sostener
con qué pluma va a escribir su confesión ay este muchacho
vestido de novia en la oscuridad es amargo y no quiere salir no se atreve
no sabe a cuál de sus musgos escapó la confianza
no sabe quién le acariciará desde algún otro parque
quién le va a dar un nombre
con el que pueda venir y acallar a las palomas
matarlas así que paguen sus insultos
con qué espejos ay con qué ojos
va a poder asustarse de sí mismo este muchacho
que no ha querido aprender ni un solo silbido para las estudiantes
las estudiantes que ríen él no puede matarlas
así vestido de novia amordazado por los grillos
siempre del otro lado del puente siempre del otro lado del aguacero
Siempre en un teléfono equivocado no sabe el número
tampoco él se sabe
Está perdido en un encaje y no tiene tijeras
así vestido de novia como en un pacto hacia el amanecer
Con qué espejos
Con qué ojos.
2. Un bibliotecario de Sodoma.
Repentinamente dueño de un poema que, para decirlo con Sigfredo Ariel, desató algo parecido a un escándalo en la literatura cubana de ese momento tan intenso que fueron los años de cierre de la década del 80, comprendí que un texto de esa naturaleza exigía cierta noción de compromiso. En la literatura nacional, hacía mucho que lo homoerótico no se expresaba abiertamente, y el silencio impuesto sobre los autores que en alguna ocasión se interesaron en ello pesaba como una doble lápida de ignorancia y tabú. Habría que esperar a la década del 90 para que investigadores como Víctor Fowler desenterraran El ángel de Sodoma, la novela que en 1928 editó en España Alfonso Hernández Catá para que se abriera un curso nuevo en nuestra tradición letrada. Lo mismo sucedería con otra novela aparecida un año después, La vida manda, que publicó en México Ofelia Rodríguez Acosta. La lectura, en los años 30, de Lorca y Cernuda, despertó en Emilio Ballagas la necesidad de una confesión que, en su caso, terminaría siendo un drama. Pero de esa angustia nació un poemario como Sabor eterno, de 1939, en el que los homosexuales cubanos encontraron algunos de sus primeros cantos. Bajo ese influjo empieza a escribir Virgilio Piñera, quien firma su Oda a la vida viril, inédita hasta mucho después de su muerte, también en 1939. Ya para ese entonces, en México también, había aparecido Hombres sin mujer, la novela moderna que, para Cuba, en realidad, hace cambiarlo casi todo.
El impacto del gallego Carlos Montenegro, radicado en Cuba y conocedor aquí de los horrores de la cárcel que luego expondría en ese libro capital, llega hasta hoy como una sacudida que la crítica cubana no ha sabido aprehender del todo. Hemos tenido que esperar a este mismo 2014 para que al fin una nueva edición, precedida de un excelente estudio de Jorge Domingo, nos invite a releerla más allá de la rareza. Con la novela de Carlos Montenegro se entrecruzan, desde el concepto más hiriente de la violencia, autores tan diversos como Reinaldo Arenas, Norberto Fuentes, Guillermo Vidal, Angel Santiesteban y muchos otros que ahora escriben sus textos. Traspasar la piel y la urgencia que enlaza el cuerpo de dos seres de sexo semejante es una actitud que requiere el coraje de un escritor bien entrenado, de ahí la altura del reto, y la estatura no superada de Hombres sin mujer.
En la poesía del mundo de Orígenes, que presidía esa gran loca patricia que es José Lezama Lima, lo homoerótico también tenía su conflicto. La máscara y el músculo de lo católico imponían una capa verbal que necesitaba ser arañada, para que nos revelara sus neurosis más interesantes. Mientras se acumulaba un número tras otro, Lezama, agazapado, “preparaba su sorpresa”. Ningún origenista, ni siquiera los que combatían a Lezama, como Piñera o Lorenzo García Vega, estaban preparados para lo que significó Paradiso. Los ángeles de Lezama tenían sexo, un sexo dispuesto a gozar priápicamente, y no como se les entreveía en las castas viñetas de Mariano o Portocarrero. Ciclón, la revista que Piñera inventó como petardo ante la puerta de Trocadero 162 junto a Rodríguez Feo, gastó sus salvas en juegos de escándalo, que la novela de Lezama iba luego a disolver. Pero algunos de esos juegos son también insólitos y extremadamente útiles, como el ensayo “Ballagas en persona”, que Virgilio concibió como una batalla que aún perdura entre nosotros.
Como un bibliotecario de Sodoma, a lo largo de los años que corren desde aquella noche de 1987, he ido acumulando textos, rostros y nombres. Documentos que pudieran perderse, y sobre todos anécdotas que me permiten reconocer una tradición para mí, y para los lectores de Vestido de novia. Con humildad e irreverencia, organizo el archivo donde esos maestros encaminan la lectura hacia mi página, y de ahí hacia otras, que siguen haciendo crecer la biblioteca nocturna que puede ser también La Habana. Severo Sarduy, Calvert Casey, Antón Arrufat, Delfín Prats, Magali Alabau, José Mario, Reinaldo Arenas, José Milián, Abelardo Estorino, Ana María Simo, María Irene Fornés. En las paredes de esa biblioteca están otros rostros, artistas que desde otros ámbitos también hacen una tradición interesada y entendida: Ernesto Lecuona, Juan Bruno Tarraza, Bola de Nieve, Humberto Solás, Miguel de Gonzalo, María Teresa Vera, Amelia Peláez, Servando Cabrera Moreno, Raúl Martínez, Pepe Carril y Pepe Camejo, Vicente Revuelta, Francisco Morín, Adolfo de Luis. Tantos otros. Pasan sobre ellos los éxitos y los fracasos, errores políticos como la UMAP o la parametración. También el silencio es una tradición que puede resultar tan atroz como útil. Hurgar en ese agujero negro, hoy nos obliga a extender la biblioteca de una Sodoma tropical.
La explosión desencadena en Cuba y acerca de Cuba durante la década de los 90 hizo crecer este edificio hacia latitudes casi imposibles. El exilio de los 80 generó fenómenos como la revista Mariel, y la irrupción del sida convirtió en cuerpos martirizados a Sarduy y a Reinaldo Arenas, canonizados ahora según la voluntad de sus propios manifiestos. Y en Cuba, durante esa década, empiezan a dejarse ver textos de Pedro de Jesús López, Ena Lucía Portela, Nelson Simón, Jorge Angel Pérez, Ana Lydia Vega Serova, Arlén Regueiro, Alberto Acosta Pérez, Rubén Rodríguez, René Coyra, Mae Roque, Mabel Cuesta, José Rolando Rivero, Luis Yussef, Abel González Melo y tantos más. Los latin queer studies imponen la ruptura de algunas fronteras, y para ser consecuente con ello, y como un bibliotecario riguroso, hay que hacer espacio a libros también escritos en inglés. Achy Obejas, Rafael Campo, Elías Miguel Muñoz, José Esteban Muñoz, José Quiroga, Jorge Ignacio Cortiñas, Nilo Cruz, Alina Troyano, se unen a lo que siguen diciendo en español nuevos nombres que llegan al exilio, dígase en España, México, Estados Unidos, Suecia: Miguel Angel Fraga, Alberto Lauro, Odette Alonso, Félix Lizárraga, José Félix León, Juan Carlos Valls, Roberto Urías, Abilio Estévez, Raúl Alfonso, Chely Lima, Antonio Orlando Rodríguez… La onda expansiva de El lobo, el bosque, el hombre nuevo, con el que Senel Paz gana el Premio Juan Rulfo en 1990, tiene ecos en el mismo concurso que poco después obtienen Joel Cano, con Fallen Angels, Ena Lucía Portela con El viejo, el asesino y yo; y Miguel Barnet con Fátima o el Parque de la Fraternidad. Numerosos son los autores que se acercan de distinto modo a lo homoerótico. No todos desde un eje de compromiso que les deje ir más allá del carnaval y el estereotipo, esos dos grandes peligros cubanos. Dónde poner, en esa biblioteca de una Sodoma caribeña, tantos ejemplares. Cómo evitar que se confundan los unos y los otros. En la noche de la biblioteca, llegan títulos, revistas, otras páginas. En los anaqueles antes casi vacíos, se agolpan esos volúmenes. Falta haría el concurso de otros bibliotecarios que organicen y cataloguen tantas cosas. Para eso también se hace un Curso en La Habana. Para que si se produce un incendio o una catástrofe mayor, ellos, desde la memoria de lo que han leído, puedan volver a escribir todo lo que se perdió. Esos textos y otros. Los que escriben ahora mismo otros autores. Yunier Riquenes, Rogelio Orizondo, Fabián Suárez, Legna Rodríguez, Larry Javier González. Una biblioteca frente al mar.
3. Queer Nation: otro mapa de Cuba.
En Queer Nation, su excelente ensayo, el estudioso y profesor puertorriqueño Rubén Ríos Avila desmonta otro sueño posible acerca del mito de su país. Describir la patria como una nación maricona, como una noción pájara de la Historia que se vive a puertas cerradas o en consonancia con un secreto que, pese a la visibilidad más o menos reciente sigue activando claves de lectura erótica, moral, política y subversiva; es gesto que nos falta. Acostumbrados a pedir permiso, a esperar que alguna entidad se imponga como defensora de una causa que tal vez deba estar en manos de un compromiso más orgánico y natural sobre ese asunto, hemos confiado en que alguien, desde esas cúpulas, volverá a leer la Historia para nosotros, y nos hará en ella, como quien dispensa un favor, un sitio en sus márgenes. La literatura cubana, las artes de este país, tienen una tradición homoerótica de fuerza no calibrada. Nos falta leerla desde los cardinales que han propuesto al mundo Judith Butler, Eve Kosovsky, José Esteban Muñoz, Alberto Mira, José Quiroga o Daniel Balderston, y discutirlos desde un mapa propio. A los artistas ya mencionados, habría que añadir otros desde el audiovisual, el teatro, la música y por supuesto, las artes plásticas, amén del respeto necesario hacia las obras que, en ese ámbito, nos ofrecen Rocío García, Eduardo Hernández Santos, o René Peña y Alejandro González, entre muchos otros. O, que en el campo del audiovisual, tienen sus ejemplos, desde que en 1988 se produjera en la Escuela Internacional de Cine el documental No porque lo diga Fidel Castro, hasta los materiales que en la Muestra de Cine Joven dan fe de ciertas persistencias: Camionero, de Sebastián Miló, Ella trabaja, de Jesús Miguel Hernández, y que se combinan con otras piezas: Seres extravagantes, de Manuel Zayas, o los documentales de Lizette Vila y Belkys Vega. Mientras, en el teatro, Carlos Díaz y Nelda Castillo, se hacen imprescindibles. Las políticas del desacato, entre nosotros, las políticas del desborde y el desenfreno, aún no están articuladas desde su mayor fuerza eruptiva. La celebración en Cuba del Día Mundial de Lucha contra La Homofobia, o una campaña contra el VIH Sida, pueden y deben ser una fecha en el mapa, no el mapa único y formal desde el cual lanzamos otras consideraciones acerca de derechos y deberes que siguen siendo postergados. El diálogo, para saberse en verdad diverso, tiene que asimilar esas y otras demandas mayores, que provienen de cardinales distintos, de modos de discursar y vivir que tienen que ser distintos. Fuera de ese marco aparentemente político, la Isla se rompe en otras connotaciones. En sus playas y en sus noches, en la insolencia con la cual, un cuerpo, ansioso de otras posibilidades, se ofrece sin piedad tan cerca de las costas.
Organizando el Curso Literatura Cubana LGBT junto a Víctor Fowler, encarando al puñado de alumnos a los que, durante más de doce semanas hemos ido ofreciendo datos, títulos, nombres, referencias, todo eso se estrella contra esa noción posible-imposible de una verdadera nación queer. “¿Tú has visto país más maricón que este?”, me preguntó alguna vez un célebre dramaturgo y narrador, radicado hoy en Barcelona, poco antes de haber afirmado que La Habana, el verdadero tesoro y gozo de La Habana, son sus cuerpos. En el paisaje de esta capital hierven sus fantasmas, como el de Reinaldo Arenas entre los muros del Hotel Monserrate. La tradición exige rigor, compromiso y militancia. Escribir tan bien como ellos lo hicieron, ser respetuosos con la vibración que en Cuba pudo dejar Lorca o Cernuda, que llegó a creer que el cielo de la Isla sería tan puro como el de Italia, a la que no visitó. Frente a esta bahía se conocieron Teresa de la Parra y Lydia Cabrera, y aún no sabemos del todo qué secretos cruzaron esas dos grandes mujeres. Esos alumnos del curso serán los próximos bibliotecarios. Lo son ya, acaso sin que ellos lo sepan. Como tal vez tampoco lo sepan los autores que, imponiéndose contra la noche, ante la página de un escritor al que ven con otros ojos en plena madrugada, tienen que levantarse para ir al papel. Y escribir, sobre las palabras de esos autores muertos, la letra viva de una Nación que tienen más cuerpos, deseos, y urgencias de las que caben en una bandera o entre los símbolos de cualquier escudo.
Texto leído durante la tertulia del 10 de julio pasado, que se le dedicó al taller Literatura Cubana LGBT, en la Embajada de España.