
La editorial Aduana Vieja, de Valencia, España, acaba de sacar a la luz el volumen La cuentística de El puente y los silencios del canon narrativo cubano, del intelectual cubano Alberto Abreu Arcia, quien por segunda vez se acerca a ese fenómeno cultural. A propósito de este nuevo acercamiento a las obras de este grupo de creación, dialogamos con el autor del volumen.
¿Por qué regresar una y otra vez a El Puente?
Creo que habrá que seguir haciéndolo por muchas razones. Es un objeto de estudio que no se agota, por el contrario, cada intento por aprehenderlo, agotarlo, te plantea nuevas interrogantes. A lo anterior súmale otros motivos que van desde el acto de justicia literaria, el compromiso con la memoria cultural de la nación, hasta la necesidad de hurgar en aquellos libros, autores, gestos y prácticas intelectuales que la historia oficial tachó, excomulgó, por sectarismo político o ideológico.
Claro que en el caso de El Puente la cuestión resulta más dramática, porque viene a demostrar cómo las instituciones y determinadas figuras del campo intelectual cubano se pusieron al servicio de las prácticas más perversas e irracionales con tal de poner fin a aquellas posturas intelectuales y estéticas que consideraban como “disidentes”, que contravenían el modelo de “hombre nuevo”, de aquel sujeto revolucionario que después cristaliza en el arquetipo de héroe que propone la literatura de la violencia. Es decir, los intentos por construir este “hombre nuevo” conllevaron un proceso de disciplinamiento y coerción no solo en lo estético y lo literario, sino también sobre lo corporal y el deseo otro. Esto ocurrió mucho antes de lo que después se llamó el quinquenio o decenio gris.
Los miembros del grupo literario El Puente, y de los autores nucleados en torno a esta editorial, en aquel entonces eran prácticamente adolescentes o acababan de salir de esa etapa, y este es un dato que no se puede pasar por alto. Siguiendo la teoría de Bourdieu, este hecho los coloca en un espacio de menos autoridad y por lo tanto de mayor desamparo dentro del campo intelectual cubano de aquellos años, por lo que las furias irracionales obraron sobre ellos de manera más despiadada.
En el caso del sujeto puentero, el desplazamiento por la ciudad, los viajes a la playa, las reuniones en el malecón, los cabarets, las playas, la bohemia, eran esenciales. Es algo que lo diferencia de la figura del letrado tradicional circunscrito a los salones literarios. Así lo demuestran las innumerables fotos que he visto del grupo. Es su forma de experimentar la modernidad. Esto le permite al investigador acceder de primera mano a una serie de tramas, discursos y rumores circulantes en el espacio público de aquellos años, que la prensa no refleja, o lo hace parcialmente o politizándolos. Como las injustificadas detenciones policiales por determinadas formas de vestir, ser gay, lesbiana, o lo relacionado con las depuraciones universitarias, o el mismo fenómeno de la UMAP.
Por otro lado, cuando lees sus obras te percatas de que ya en ellos/as estaban presentes mucho de los tópicos que décadas más tarde –al calor de la posmodernidad– deslumbraron a la crítica y los estudios literarios cubanos como si se tratara de un fenómeno fundacional. Me refiero a la textualidad feminista, los temas del lesbianismo, la impugnación o desmontaje del concepto de género, lo fantástico, el absurdo, el existencialismo, los tópicos e imaginarios de lo urbano, la racialidad negra, la cultura popular, el latinoamericanismo, etc.
Creo que la historia literaria e intelectual latinoamericana y los numerosos estudiosos y estudios que tiene la década del 60, quizás por desconocimiento, por la imposibilidad de acceder a muchos de estos testimonios y documentos que no han visto la luz pública, o por el hecho de que El Puente fue tempranamente excomulgado, han insistido en fenómenos como Lunes de Revolución, P.M., Palabras a los Intelectuales, Pensamiento Crítico, el caso Padilla, la labor de Casa de las Américas, etc. Claro, que es más seductor hablar de las polémicas y rupturas de Vargas Llosa, Carlos Fuentes y otros escritores del boom.
Pero si recordamos que en ese período de los 60 es cuando la juventud y los estudiantes emergen a la escena política e intelectual latinoamericana, que son los años de la contracultura, la lucha de los gay, lesbianas y minorías étnicas por sus derechos civiles, si lees los textos literarios o documentos de El Puente, como “Manifiesto”, “Avancismo”, de José Mario, o las palabras escritas al primer recital de feeling y poesía en El Gato Tuerto organizado por el grupo, te darás cuenta que todos esos ademanes que, pocos años después, caracterizaron a la juventud de izquierda a nivel mundial, ya estaban en los jóvenes de El Puente, pero fueron dramáticamente segados por un proceso social y político que paradójicamente estaba llamado a propiciar y respaldar estos gestos.
Ambrosio Fornet, en su reseña sobre el libro de Mariano Herrera: La mutación, fue el primero en llamar la atención sobre la trascendencia que tenía el proyecto El Puente para la juventud intelectual de América Latina en aquellos primeros años de la década del 60.
Cuando uno lee los documentos relacionados con El Puente, o ve Conducta Impropia y escucha los testimonios de Ana María, José Mario y otros, se pregunta: ¿qué bomba pusieron estos niños?, ¿qué atentado político o terrorista cometieron? Ninguno, cuando no fuera el de gestionar un espacio de autonomía literaria y en proponer un proyecto de modernidad diferente, diverso e inclusivo desde el punto de vista social, de raza, género y sexualidad. La anterior pregunta nos lleva obligatoriamente a otra: ¿a quiénes conviene que todavía persista en Cuba la “leyenda negra” sobre este grupo literario, que no se sepa toda la verdad y por qué? A pesar de los esfuerzos de algunos intelectuales por reposicionar a El Puente en el lugar que se merece dentro de la historia cultural de la nación.
Para quienes no conocen la cuentística de El Puente, ¿cuáles son las figuras que publicaron en dicho sello y que analizas en tu libro?
Durante sus cinco años de existencia Ediciones El Puente publicó ocho libros de cuentos: Ni un sí ni un no (1962), de Guillermo Cuevas Carrión; Las fábulas (1962), de Ana María Simo; La mutación (1962), de Mariano Rodríguez Herrera; Soroche y otros cuentos (1963), de Jesús Abascal; Cuentos para abuelas enfermas (1964), de Évora Tamayo; Mateo y las sirenas (1964), de Ada Abdo; La nueva noche (1964), de Ángel Luis Fernández, y Noneto (1964), de Antonio Álvarez.
A esta nómina habría que añadir otros dos libros. El primero de ellos se titula Con temor, y fue escrito por Manuel Ballagas cuando apenas tenía diecisiete años. El mismo se encontraba entre las pruebas de galeras que fueron confiscadas en 1965 al cierre de la editorial. El segundo se titula Osain de un pie (1964), de Ana Garbinsky, que, atendiendo a las convenciones de tipo genérico vigentes en aquellos años, aparece registrado como un libro de poesía, pero desde el punto de vista narratológico cumple con todas las exigencias de un volumen de relatos.
Para los autores antes mencionados estos libros constituyen su primer intento editorial, por lo que, independientemente de sus hallazgos, interrogantes y propuestas tanto ideoestéticas como estructurales, no pueden escapar a la falta de pericia propia de todo autor novel.
Más allá de que es un libro dedicado solo a la narrativa, ¿qué podemos encontrar de novedoso con relación a otras obras ya publicadas y que igualmente abordan el fenómeno cultural que significó El Puente?
Mira, no solo me interesan los libros de cuentos, sino que los voy cruzando con la lectura de varios documentos, polémicas, testimonios recogidos a partir de las entrevistas realizadas a algunos de los miembros de El Puente y las críticas que recibieron estos libros de importantes intelectuales cubanos como Ambrosio Fornet, Virgilio Piñera, Calvert Casey, Mercedes Antón, Reynaldo González, Oscar Hurtado, Salvador Bueno, Armando Álvarez Bravo, y que se incluyen en los anexos. Lo que demuestra que se trata de libros y autores con gran visibilidad dentro de la cuentística emergente en aquellos primeros años de la década de los 60.
También aparecen en el anexo otros documentos inéditos como el Manifiesto, y una cronología de El Puente y su época. Por otra parte, me interesa discutir el criterio de periodización, los conceptos de vanguardia y posvanguardia literaria que los estudios literarios, dentro y fuera de Cuba, han empleado partiendo de la exclusión de estos textos y autores, así como las nociones de minimalismo y minicuento, que el discurso crítico sobre la narrativa cubana descubrió a finales de los 80 como si fuera algo nuevo, además de la cuentística escrita por las mujeres de El Puente, y las interrogantes e indagaciones en torno a la identidad sexo-genérica que sus escrituras vehiculan.
¿Es posible trazar una línea entre tu anterior libro y este nuevo?
Desde luego, Los juegos de la Escritura o la (re) escritura de la Historia tiene entre sus intenciones examinar cómo se han movido los discursos normativos sobre el arte y la literatura posrevolucionaria. Incluso hay un capítulo dedicado a Ediciones El Puente, donde intento colocar a este grupo literario en el cauce de la historia literaria e intelectual de la cual formó parte y fue desterrado.
Es decir, ya venía trabajando en El Puente cuando apareció la antología de Barquet sobre la poesía de este grupo, un proyecto y un esfuerzo intelectual titánico, sin precedentes. Por esa fecha yo había presentado a la Editorial Letras Cubanas un proyecto bastante ambicioso, donde había invitado a colaborar a Barquet, Silvia Miskulin, María Isabel Alfonso, y a otros intelectuales de dentro y fuera de la Isla, ya fueran puenteros o que hubieran escrito sobre El Puente o algunas figuras del grupo.
El proyecto tiene siete secciones, una dedicada a lo memorístico con documentos inéditos sobre el grupo: cartas, palabras al recital de feeling y poesía, una crónica de este recital, el manuscrito original del proyecto de estatuto o reglamento de la constitución de la Brigada Hermanos Saíz (hoy, Asociación) y testimonios de sus miembros sobre aquellos años. Otra sección que reúne las notas de solapas y contracubiertas, reseñas críticas aparecidas en aquellos años sobre los libros publicados por esta editorial, ya fuera por los mismos puenteros o por otras intelectuales; otra con dos obras de teatro con una nota introductoria; la de poesía, con introducción y selección de Barquet; otra para los cuentos. La siguiente sección incluye fragmentos de las numerosas tesis de maestrías y doctorados que han aparecido fuera de Cuba. Finalmente, incluye fotos inéditas del grupo, portadas de todos los libros, la cronología y la ficha actualizada de sus miembros…
En fin, un proyecto muy ambicioso sobre documentos que estimo de un gran valor y que necesitan ser publicados en Cuba para iluminar un período urgido de claridad, y clave para recuperar nuestra totalidad como nación. Y para que el lector o el investigador se acerquen a El Puente a partir de su contacto con los textos originales y no desde referencias de segunda o tercera mano.
Este libro que acaba de ser anunciado por Aduana Vieja comenzó siendo un breve ensayo introductorio a los cuentos publicados por El Puente, que debía o debe aparecer en aquel proyecto inicial, pero me fui extendiendo y devino este libro. Sintomáticamente, no solo con los libros de cuentos, sino con la mayoría de los textos que publicó El Puente, ocurre algo muy revelador: es muy difícil, verdaderamente imposible, localizarlos en las bibliotecas de la Isla. No están, porque tal vez fueron recogidos en su momento. Lo que dificulta la búsqueda, pues tienes que apelar a coleccionistas privados, etc.
Algunos de estos libros pude consultarlos en mi viaje a los Estados Unidos, otros gracias a Barquet. Lo mismo pasó con muchos documentos publicados por José Mario como “La verídica historia de El Puente”, “Allen Ginsberg en La Habana” y “Novísima poesía cubana”, que son claves para entender la poesía y la historia de la lírica cubana de esa generación, los cuales Silvia Miskulin generosamente me hizo llegar desde Brasil con María Isabel Alfonso. A ello súmale lo agónico que resulta acceder a internet desde acá.
El libro fue publicado por Aduana Vieja, en Valencia, España. ¿Tienes previsto que en algún momento se edite en Cuba?
Bueno, yo pensaba que la sensibilidad en Cuba no solo hacia El Puente, sino hacia estas problemáticas de la política cultural, historia intelectual y de las ideas en las décadas de los 60 y 70, había cambiado a partir de los debates generados por la “guerrita de los emails” y otros textos que habían visto la luz recientemente, como el dossier que preparó Roberto Zurbano para La Gaceta de Cuba, la antología de Inés María Martiatu sobre los dramaturgos de El Puente, la aguda reseña que escribió Zaida Capote para la revista Temas y el texto de María Isabel Alfonso también aparecido en esa publicación. Que se entendía la urgencia de la reflexión pública sobre estos temas, sin que mediara un límite entre lo decible y lo no decible, ni la supresión o represión de ciertos recuerdos malditos, ni el juego entre lo que se inscribe y lo que se borra.
Con ese ánimo lo envié a varios concursos literarios, que es la vía para que el libro saliera lo más rápido posible. Pero el intento no resultó. Silencio total. Entonces se lo propuse a varias editoriales fuera de Cuba. Algunas de ellas lamentaban, y creo que lo decían con sinceridad, no poder asumir el proyecto por el tema de la crisis económica. Finalmente, me decidí por Aduana Vieja, que tiene un catálogo y un perfil muy decorosos. Toda esta negociación de la que te hablo transcurrió en menos de dos días, entre el 7 y el 9 de enero del presente año. De todos modos, Letras Cubanas tiene aquel proyecto editorialmente ambicioso del que te hablé, que entregué en 2008 y por el que todavía estoy esperando respuesta sobre su aprobación o no. Pero, con relación a la pregunta que me haces: ¿publicarlo en Cuba? Claro que sí, esa fue no solo mi intención inicial, sino también el deseo de muchos miembros de El Puente. Aquí es donde hace falta, porque la reflexión y los estudios académicos sobre El Puente en España, Estados Unidos y otros países nunca dejaron de acometerse. Lo que pasa es que, ahora, Aduana Vieja tiene los derechos por cinco años sobre este libro.
Publicado en Cuba contemporánea