
EN PRIMERA PERSONA (DEL SINGULAR Y DEL PLURAL)
Pedro Manuel González Reinoso y/o Roxana Petrovna Krashnoi y Vladivostova no son la misma persona. Ni siquiera son el mismo personaje, que amb@s se han montado en reciprocidad para coexistir y como apoyatura. (Al menos nunca a la manera de un Dr. Jekyll & Mr. Hyde; preferimos posar a lo Marlene Dietrich en El ángel azul).
Él (en lo adelante) ha pasado su vida en Cuba. Ha estudiado algo bueno/provechoso como cualquier cubano nacido coincidentemente con la Revolución (1959) [no todo lo que hubiera querido si le hubiesen permitido las circunstancias y los hombres “de bien”], y ha conseguido pequeñas victorias en un entorno mayormente hostil en muchos frentes. Entre esas ganancias del espíritu -porque de lo feo no precisa hablarse- de las que se jacta, sobresale una: quedarse indefinidamente en la Isla para recordar a sus detractores que se puede respirar el mismo aire enrarecido con ganas de filtrarlo y enriquecerlo cuanto se pueda para lo común, y por debajo de todo lo ruin y por encima de todo lo amable: sobrevivir. Es casi un lema.
Ella “nació” en la URSS, fruto de la imaginación torcida de aquel, su creador. Como un homenaje y como una venganza (“siempre digo esto mismo cuando el público lo pregunta o resulta novatón”).
Ciudadana del mundo fue cuando -siendo niña todavía- logró escapar de un campo de concentración en el que habían recluido a los que serían sus padres biológicos en 1944, nadie sabe bien si bajo autoría de Hitler o de Stalin (y al cabo, daba igual), hacia occidente, y ¡oh, paradoja! terminó por accidente marítimo en una isla que repetía por esa fecha, en su modus operandi, los descalabros de la nación-origen. (La historia inexacta de sus peripecias cubiches de la segunda mitad del XX a la fecha está mejunjeada y azambumbiada en un volumen tóxico imparable que ella -con el auxilio de él- decidieron soltar al público atontado en el 2009: Vidas de Roxy (Ed. San Librario, Colombia), gracias a la benevolencia y la filantropía del amigo Álvaro Castillo Granada, librero mayor/editor en jefe.
PROFESIONALMENTE: TRES EN UNO
Que Él incorporara el personaje femenil amasado por años en secreto a su bregar “artístico” en 1994, cuando tanto boom travesteril se hizo por fin de un hueco en Cuba, y lo subiera a las regias tablas o lo bajara al ruedo circense, no fue más que el regalo que le dio “la oportunidad”. Para esas fechas era “obligatorio” entrar en la jugada.
Encontrar en el proyecto santaclareño de Ramón Silverio la libertad para expresarse, y contar allí con un público ávido de escuchar desafueros tales, fue otra coincidencia provincial y provinciana. En ese sitio suelen reunirse todos los públicos imaginables, desde niños hasta viejos, pues su programación es absolutamente inclusiva y abarcadora (aquí cabría el eufemismo bíblico de El Arca).
Hay programas a lo largo de la entera semana, del año, como en ningún otro lugar de la Isla intermitente, especialmente para los marginados, los poetas y los locos/aspirantes. Y, por supuesto, para diferentes de toda laya: roqueros y travestis, entre tantos tipos “raros” de la mundanidad y la apostasía. Pero esencialmente esa ES la casa del teatro cubano de las postrimerías estructurales: el del pequeño formato.
Él, años más tarde -harto de registrar en libros ortodoxos los balances economicistas que le arruinaron el deseo- se incorporó al Instituto Cubano del Libro para encauzar su inquietud intelectiva como promotor de literatura, mientras aquella duplicidad “seria” andaba volando por los árboles del patio de flamboyanes cito en Martha Abreu No. 25, en ciudad preclara, inventando amarras que la sostuvieran en el aire, literalmente, contra toda esperanza gravitacional.
Ninguna de las dos profesiones daban para comer decentemente en una Cuba que en aquellos 90 soportó, amurallada en la utopía, empobrecida, adoctrinada hasta el tuétano y pos ochentona, pero con dinero inútil guardado en la forja de sus macheteros inextinguibles. Ahora, aparentemente superado el holocausto, quedan las carencias. Por eso Pedro Manuel se dedicó a destusarle la cabeza a la clientela de mente pelúa que le vagaba en derredor, a encauzarles las ideas difusas con las manos, a extraer lo mejor de esas concentraciones craneales en intercambios cuerpo a cuerpo, a improvisar algo del proselitismo libertario en lo que también era profanado-r. De su a-rrojo le legaría al alter ego el apellido. Y por gustarle el prohibido rock, cuando todos dijeron NO, Ella dijo: ¡Ro-xy!
LUCES, CÁMARAS, ACCIÓN
Roxana Rojo, por su parte, se dedicó a partir, etérea, en cualquier dirección, a viajar -no lezamiana sino hedonista y sandungueramente- por el mundo, a hacer documentales, a conceder entrevistas insulsas o valiosas (v. La calle de los oficios, de Yamil Díaz Gómez, Premio Memoria del Centro Pablo de la Torriente en 2006), y a crecerse el ego a través de la cháchara, ya de por sí grande e ingobernable, como el entorno mismo.
Le aparecieron propuestas fundamentalmente en los dos miles (época para el reflote). Hubo un documental notable y multipremiado de una universidad norteamericana (Sin embargo/Nevertheless, 2003, de Judith Grey), que trataba de demostrar las capacidades de los cubanos para no hundirnos en la miseria y aprender a reciclarlo todo. Antes hubo incursiones pequeñas en el proyecto Palomas de la promotora Ilse Bullit, en Trucos y trapos de Miriam Talavera & Luis Felipe Bernaza, y Maripositas en el andamio de Enrique Pineda Barnet. Con posterioridad, Enrique Colina l@s incluyó a l@s dos en su memorable Los bolos en Cuba (2008) para relatar algo de la omnipresencia soviética en nuestras obras/vidas insulares sumándolas como contribución al guion a cuatro manos. En el intermedio participaron aunados en un trabajo también para la pantalla del escritor y cineasta español Nicolás Muñoz, todavía en fase de posproducción, que con suerte veremos en diciembre durante el Festival de Cine Latinoamericano.
Ahora se lanza al ruedo Máscaras (que inicialmente sería Máscaras en el proscenio), arduo trabajo de grado del joven Lázaro González como periodista de la Facultad Universitaria y en dualidad como realizador para la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, donde cursa especialidad, quien titula así su obra para intentar “descubrir” la versatilidad profesional que pueda haber en el discurso de resistencia político/social/cultural que algunos transformistas cubanos se hayan “indebidamente apropiado”, cual si fuera un robo. Y hablar del grave tema de la “economía individual” de estos artífices -cuentapropistas natos/netos- pendiendo de ineficacias sin solución en un país que prioriza andanadas éticas y estéticas por encima de todo, y que por el momento carece de exponenciales, pues ni con surrupias patentes cuentan est@s personas/personajes.
Entonces, tras excesiva exposición pública en lugares distantes y cercanos, reducidos y plenos, no queda más que un corolario para definir a este breve paso desgastante por la Matria: “Hemos sido lo que hemos querido, hasta donde hemos podido”. El resto es palabrería. Lo dice mejor Margot Parapar (Riuber Alarcón), la otra figura que aparece entrevistada en el filme.
Ya Severo Sarduy lo explicitó a su modo: La simulación derivada de las novelas Gestos o De dónde son los cantantes retrotraen el arte de la mascarada a la perspectiva semiótica/coloquial. Virgilio Piñera abundó al cubano potencial-itinerante y lector, que su único vuelo “al sur” le había valido soltarse las alas epocales. Hasta hacerse de una (efímera) revista “de la Resistencia” como Aurora (Buenos Aires, 1949). Con nombre de buque de guerra y de reina encantada. Por tanto, el más pequeño atisbo de “artisticidad” explícita o encubierta necesita beber en la diversidad plural, nadar en sus fuentes y hasta mearse dentro. Para comparar, para poder mirar su tierra natal sin prejuicios morales invalidantes (que es lo que usualmente premia).
VEINTE AÑOS SI SON…
Insinuar que la “rusa” tiene, luego de 20 años de estrenada, seguidores que la acosan, es mentira: le quedan algunos amigos fieles, admiradores tardíos y otros curiosos ingenuos que prefieren reír al verla u oírla desvariar, a estallar en cotidiano llanto. También algunos pálidos “enemigos” que se quieren hacer pasar por cordiales. Y ella los deja. Porque así se trata una bonita salvedad que podría retratar su pírrico triunfo.
Publicado en Cuba contemporánea