(O por qué la lucha antirracista debe ser internacionalista)

Los caminos no se hicieron solos…
Pablo Milanés

Por Roberto Zurbano

He rechazado decenas de convocatorias de colegas y amigos urgidos de pronunciarse contra el crimen racista de Ferguson. No he firmado ninguna de las tantas declaraciones recibidas en estos días en contra del asesinato y del proceso legal que ha vuelto a asesinar otro joven negro en Estados Unidos a manos de la policía.

Tampoco esperaré a que pase la rabia, la catarsis y el show mediático para reflexionar sobre el crimen y alertar sobre ese estado de desconcierto y catalepsia política en que, a veces, quedan quienes protestan durante varias semanas o meses. Cuando se sequen las lágrimas y otro drama fatal sustituya a este, nadie recordará cuántos estuvimos o no de acuerdo en ser solidarios desde una computadora. Ir a la funeraria y consolar a algún pariente del fallecido me resulta un acto de hipócrita formalidad. Es posible que ese pariente necesite ser acompañado de otra manera, porque no es cierto que podemos acompañarlo en el dolor. No firmaré inútilmente ninguna declaración solo para que mi conciencia duerma tranquila. No estoy de acuerdo.

Me opongo a protestar solamente contra el incidente de Ferguson, primero porque aquí hay algo más. Y segundo, porque me parece muy cómodo enviar mis condolencias a quien no debo explicar ahora que ese sufrimiento no es nuevo y que no va a desaparecer después del entierro, pues le tocará a otro adolescente negro en cualquier estado de la Unión, a otra familia palestina, a otros desplazados colombianos, a otra niña en la India, Guatemala o Zaire, a otros homosexuales en Irán, China o Brasil, a otros desempleados en Grecia, República Dominicana o Colombia, a otras náufragos intentando llegar a Italia, España o Estados Unidos, y a muchos otros discriminados y marginados de cualquier rincón del mundo que desaparecen cada semana y de lo cual nadie se entera. Todo depende de qué canal televisivo estuvo allí y quiso enfocar sus cámaras, de cuál sea el trasfondo económico, de aquel que ofrezca o niegue su ayuda. En realidad, depende de alguna carta que la política esconde en su juego y el mercado convierte en espectáculo. Todo eso nos va encabronando, resignando, tranquilizando…. Hasta que vuelva a sonar otro disparo. Y así, se repite el juego, una y otra vez… ¡Ya basta!

El racismo recorre el mundo, no precisamente como un fantasma, sino como verdugo de la humanidad. Las discriminaciones más diversas atraviesan campos y ciudades, silenciosas e implacables, hipotecando la dignidad de víctimas y victimarios, complaciendo caprichos de privilegiados que desean un futuro sin respeto, ni diversidad. Sin leyes y sin negros, sin indígenas y sin árabes. Sin mujeres y niños de la calle, ¡como si no hubieran nacido allí! Estoy cansado de enterarme, meses más tarde, sobre matanzas de indígenas o gays, sobre la desaparición de etnias y familias enteras años después que ocurre, porque la actualización de la noticia es tan engañosa como su desactualización. Ambas empañan la verdad y nos confunden a la hora de reaccionar: ¿exaltarnos o compadecernos? Y en medio del dolor, es difícil pensar con sosiego en la mejor solución, especialmente cuando la palabra injusticia se torna tan pesada.

Un incidente criminal de incuestionable naturaleza racista, es un hecho común en Estados Unidos; Ferguson ni siquiera es el único del año y hasta los procesos legales contienen sorprendentes similitudes. Si se trata de una cuestión jurídica en la que los procedimientos pueden desnaturalizar las propias leyes, descriminalizando la violencia policial y evitando sancionar al culpable, entonces, me pregunto: ¿Las protestas ejercerán la suficiente presión social para que cambien las cosas en el futuro inmediato? ¿Cuáles son las variantes legales, no ya para revocar un veredicto, sino para que no se repita una violación de los derechos ni de las garantías legales? ¿Existen otros recursos políticos que pueden o deben ser esgrimidos ante la insuficiencia de la Ley? ¿Por qué un grupo social que pagó con sangre la conquista de sus derechos civiles no puede articular mejor la defensa de tales derechos en la llamada era postracial? ¿Hacia dónde van o aspiran crecer estas protestas de hoy? ¿Cuál es el límite de esas aspiraciones y cuáles son las limitaciones de estas protestas? ¿Qué tipo de resistencia o presión social están ejerciendo? ¿Cuáles son, si es eso posible, las señales del cambio?

Puedo entender el desconcierto, pero no la desesperanza que nace de la rabia y la impotencia. Es hora de activar una conciencia de lucha y las tareas públicas que, en este minuto, deben asumir personalidades, líderes y organizaciones negras y antirracistas no solo de Estados Unidos sino del mundo entero. Fue el pensador cubano Juan René Betancourt, en su libro El negro: Ciudadano del futuro (1959), quien hizo una distinción entre los negros líderes y los líderes de los negros. Manejar esta distinción hoy se vuelve estratégico para reconocer en las personalidades u organizaciones negras las definiciones político-ideológicas y el alcance de sus partidos, iglesias o instituciones civiles: para quiénes, para qué y con cuál sector de la población trabaja, a cuál proyecto histórico exclusivo o emancipatorio defienden y hasta cómo reaccionarán ante situaciones emergentes, como la de Ferguson, tratando de extraer lecciones, sumar compañeros y obtener el suficiente capital político para enriquecer o encauzar la lucha, en caso de que esta haya sido desviada o detenida, como parecía ocurrir en Estados Unidos hasta ayer.

fergusonLas coyunturas políticas son fenómenos que se mueven con velocidad y dirección inesperadas. Ferguson se ha convertido en un espacio de experimentación para que la colonialidad estadounidense sepa cuánta humillación puede soportar la comunidad negra. El impacto mediático de las primeras semanas perturbaba la lectura política más crítica sobre la noticia; esta es una vieja técnica de las mass media norteamericanas: convierten un asunto local en una noticia global y viceversa. Ferguson, para esas medias, no era más que otro conflicto entre policías arrogantes y jóvenes negros reprimidos por supuesta criminalidad. Pero Ferguson era, es y significa mucho más. Ahora el común conflicto interracial en medio de una sociedad con alto nivel de racialización es desbordado por cuestiones de clase, del sistema judicial y de geopolítica que deben ser discutidas, pues no son nada coyunturales, sino variables constantes en este tipo de casos. Así funciona el sistema judicial de Estados Unidos hace ya muchos años; culpabilizar a Obama, también por esto, es otra jugarreta oportunista de sus enemigos políticos, que tampoco van a señalar con el dedo a otros actores de mayor peso: aquellos que definen y controlan los límites del sistema ante cualquier peligro.

Es curioso que uno de los países que más teoría y publicaciones sobre la cuestión racial genera no pueda identificar, entre sus intelectuales más comprometidos, a un grupo de expertos o asesores que formulen una o varias propuestas negociables que puedan convertirse en ley o política racial de ese país, solo para que la brecha estructural sea enfrentada como causa fundamental de la pobreza y marginación de la mayoría afroestadounidense, disminuya la población penal negra y desaparezca ese oprobioso concepto de la cárcel como industria y negocio privado. Si eso es tan cierto, como cuentan algunos académicos norteamericanos, alarma saber que esta industria necesita materia prima y el único combustible barato que encuentran son jóvenes negros, pero también latinos, pobres y emigrantes. Consta que son baratos, sobre todo, porque no tienen conciencia de la lucha política y mueren sin saber que forman parte de un juego mayor, en el cual ellos hacen el papel del balón que es pateado una y otra vez hasta que sus jugadores marcan un ¡gooool! y las puertas de la cárcel vuelven a abrirse; es frecuente que, al cerrarse tras ellos, no vuelvan abrirse nunca más. Mumia Abú Jamal no es el único negro que hace años espera en el corredor de la muerte, son muchos más. ¿Y qué?

La cantidad de negros empobrecidos en Estados Unidos por una estructura racializada, sutilmente diseñada para su marginación y fracaso social, hoy solo es comparable con el sistema de apartheid largamente establecido en Sudáfrica; con la única excepción de una élite negra, fuertemente empoderada, cómplice de la llamada revolución conservadora y entusiasta reproductora de la dominación global, cada vez más alejada de esa clase media negra que fue numerosa y emprendedora, hoy empobrecida, que ya no puede pagar la universidad de sus hijos. Resulta curioso que ninguna personalidad, grupo, iglesia, partido o institución legal afronorteamericana hoy intente construir un consenso básico entre los sectores negros de este país para enfrentar su enemigo común: el racismo. Quizás, también, porque el racismo se ha diversificado, sutil y gradualmente, con varias máscaras sociales. Entonces, como consecuencia, las soluciones fragmentadas con que cada sector negro se empeña en aliviar la terrible situación racial y social de la mayoría negra no suelen ser, exactamente, ejercicios emancipatorios. Súmese a esto que la persecución, fragmentación y desmovilización políticas que afectaron el activismo antirracista radical en Estados Unidos durante las últimos tres décadas han propiciado que hoy la amplia masa negra sea entretenida con la ilusión de una Era Postracial que, en Fergunson, acaba de reventar como una pompa de jabón.

Ante el descaro político de despolitizar el racismo, oculto tras la celebrada Era Postracial, la mejor solución es la Postresistencia. Postresistir es asumir una clara conciencia racial, solidaria y emancipatoria que nos evite repetir los ciclos de la historia como sujetos ahistóricos, es decir, inconscientes. Ante la falta de memoria es posible confundirse, pues lo postracial no es una simple abstracción retorica, sino una sofisticada operación de la colonialidad que expresa realidades e intenciones ante las cuales vale la pena articularse mejor. La revuelta de Ferguson ha llegado a la postresistencia; dejó de ser un espacio de catarsis, regulación y control social, político y policiaco, estimulado por el establishment para que la mentalidad social negra estadounidense se mire en el espejo de sus fracasos y se resigne a vivir en un callejón sin más salida política que aceptar las trampas del sistema: Jugar para perder, perder para jugar. Ahora se vislumbra una gran oportunidad política. Pero ¿podrán cambiar las reglas del juego?

Y, en realidad, ¿quiénes y cómo podrían cambiar las reglas de un juego tan complejo? Si buscamos entre las distintas personalidades, organizaciones, clases, ideologías, género, tendencias políticas y religiosas, hasta revisar el amplio espectro de nacionalidades que configuran la actual población negra en Estados Unidos, percibiremos una nación muy diferente a la que protagonizó el Movimiento de los Derechos Civiles en los años sesenta. Hoy se trata de un Estados Unidos negro con múltiples rostros, estratos y modos de vida (y sobrevida). Rostros de negros millonarios, senadores y estrellas mediáticas que pocas veces retribuyen a las ideas que los puso tan alto. Rostros de miles de académicos negros que han celebrado ya cuarenta años de black studies, african studies, race studies, et al., con los cuales hicieron más orgánica la contribución afro al mundo, aunque hoy una parte de ellos explota simbólicamente a sus comunidades más pobres. Rostros de africanos, caribeños, afrolatinos y otros emigrantes negros que viven un mundo cercano, pero diferente al de los llamados afroamericanos, cuya historia de marginación no quieren repetir. Rostros escépticos de pastores y grupos religiosos que construyen una esperanza por encima del clientelismo político y la mercantilización que separan cada vez más a las instituciones religiosas de su tradicional preocupación comunitaria. Rostros de una clase media negra que se va hundiendo entre la escasa movilidad social, que ahora los empuja a compartir barrios con una clase obrera, ya empobrecida, a ratos desempleada e ideológicamente desclasada, cuyos rostros y barrios son similares a los que quedaron sepultados bajo las aguas del ciclón Katrina hace pocos años en Nueva Orleans. Es evidente que hacen vidas diferentes, viven en barrios distintos, las leyes los maltratan o los tratan de modo diferenciado. Para muchos de ellos, las reivindicaciones raciales de hoy ya no tienen la misma fuerza que las demandas clasistas. Ni hablar de las demandas políticas que algunas vez hiciera una izquierda negra hoy domesticada o incapaz de sostener alguna utopía postcapitalista con que trascender la violenta marginación de un presente que hace gritar a cada negro: “¡No puedo respirar!”.

El panafricanismo, el nacionalismo y el marxismo negro desde principios del siglo XX convirtieron al debate racial afronorteamericano en un espacio de reivindicación donde se mezclaban las exigencias de clase con las demandas raciales, la importancia de la educación para defender sus derechos con la necesidad de convertirse en ciudadanos competentes técnica y profesionalmente. Aquellos debates prefiguraron la descolonización y la identidad diaspórica; proyectaron las luchas contra el racismo hacia varios horizontes utópicos, a través de una perspectiva crítica de la esclavización y sus consecuencias, que luego revisó el colonialismo y sus marcas, alcanzando sus mayores conquistas con el voto negro y el repliegue del racismo estructural en una sociedad capitalista que se vio obligada a negociar los espacios de legitimación social de una hegemonía blanca con millones de negros empoderados, orgullosos y sedientos de dignidad. Entonces –¡eran los años sesenta!– se logró la gran movilidad social de los negros en Estados Unidos: fue la ¿última? oportunidad que tuvieron para emanciparse masivamente entre tales estructuras de dominación, pues los vaivenes electorales no suelen generar políticas raciales.

La élite negra conservadora –frecuentemente ciega ante el racismo cotidiano y violento del siglo XXI en Estados Unidos– suele olvidar, cada vez más, que su glamurosa existencia es un resultado perverso de aquellas luchas emancipatorias. Y los negros que mueren todos los meses, son los rehenes de su éxito social, que la estructura racializada de ese país necesita sacrificar cada año en pos de una democracia racial y de un precario equilibrio ecológico-racial que las maquinarias de la guerra, la política y el mercado saben aprovechar muy bien. Unos callan y otros mueren, unos emigran hacia Estados Unidos y otros se desplazan de un barrio o ciudad a otra en busca de vivienda, empleo y oportunidades. Algunos triunfan en sus carreras mediáticas y a otros les toca ser trágicas noticias, motivo de revueltas y también show mediático por varias semanas. Este es el mapa fragmentado de una comunidad negra que dejó de existir como tal en el siglo XXI.

Indiferencia, culpabilización, competencia, xenofobia y elitismo han desplazado a las antiguas solidaridad, preocupación comunitaria, sueños compartidos, complicidad política y hermandad que dieron coherencia y resultados históricos a la lucha contra el racismo en esa gran nación. Recuerdo que la palabra hermano y hermana eran usadas con orgullo y familiaridad; hoy su uso se reduce a ciertos barrios o culturas como el hip hop. Estos cambios ilustran el mundo que se perdió, pero también la enajenación y fragmentación sociales del pueblo negro de Estados Unidos en este siglo. Eso explica, en parte, por qué es imposible encontrar hoy en el campo político de ese país alguna personalidad, grupo o tendencia que logre conciliar los intereses más comunes de los sectores negros –que no olvide a los más necesitados–, y pueda restaurar, no su confianza en el sistema –que es el deseo (ajeno) más frecuente de muchas organizaciones y personajes– sino la dignidad de un sujeto histórico y de una comunidad diversa que sigue sufriendo todas las formas de la dominación y la colonialidad. Incluyendo la violencia de algunos de sus miembros contra otros.

Ante la emergencia de Ferguson se activa, por una parte, la nostalgia histórica (Rosa Parks, Martin Luther King Jr., Malconm X), y por otra la necesidad de referencias o guías políticas de figuras aún activas como Ángela Davis, Harry Belafonte o Jesse Jackson, para solo citar a tres, quienes más allá de sus contribuciones personales representan distintos modos de leer a Ferguson como posibilidad política; pues ellos mismos son versiones diferentes del sujeto político antirracista negro en Estados Unidos. Aunque ya envejecidas y alejadas de la masa joven, pudieran activarse y agregar nuevos sentidos a esta lucha desde el valor que poseen sus propias experiencias y, sobre todo, su capacidad de actualizar viejos argumentos antirracistas en un nuevo contexto. Sin embargo, más allá del prestigio histórico de estas y otras figuras, en el momento actual no es posible –ni necesario, quizás– identificar a nuevos líderes o movimientos a la vieja usanza.

Un nuevo discurso antirracista se viene articulando en todo el hemisferio. Es una tarea difícil de asumir hoy en el mundo, pero aún más difícil en Estados Unidos, pues allí deben mezclar radicalidad y consenso en un contexto tan heterogéneo y contradictorio como el que se ha descrito. Por otra parte, está obligado a renunciar a la excepcionalidad y arrogancia yanquis para incorporar otros grupos sociales (como mujeres, caribeños, latinos, africanos, etc.) y aspirar a reconocerse dentro de un contexto menos cerrado que el norteamericano, donde se pueda construir un discurso contra-hegemónico desde varias visiones, espacios y culturas. Un discurso antirracista que tome conciencia de su condición local, y, simultáneamente, de su condición global, reconociendo otras fórmulas contra el racismo (dominicanas, brasileñas, colombianas, cubanas, garífunas, sudafricanas e inmigrantes) como parte de sus propias luchas emancipatorias y no verlas como meras copias, realidades distantes o rivales en competencia por el protagonismo o el poder racial.

Se trata de internacionalizar la batalla contra el racismo, cuyo centro no se ubica en un lugar específico, sino en la diversa estructura económica, ideológica y cultural de la actual colonialidad. Pero se trata, sobre todo, de nuevas formas de movilización y organización política de la lucha antirracista que, más allá del color de la piel, permita la entrada al campo político norteamericano a una nueva generación que trae nuevos códigos, métodos e instrumentos a la esta lucha. “Lo que salta a la vista inmediatamente es la horizontalidad de este nuevo movimiento y su capacidad de dialogar con otras generaciones, razas, clases, culturas y credos religiosos”, señala Tanya Sanders, desde una lúcida mirada a la agencia política afroestadunidense. Para esta activista y académica afroamericana, lo que estamos presenciando se parece más a un movimiento social que a cualquier partido u organización política.

Los movimientos sociales son espacios de participación e intercambio de los sujetos políticos, donde estos entran y salen, cuando y como quieran sin más límites que su propia voluntad. Ocupy Walt Street fue la arrancada de este tipo de fórmula política en una sociedad estrictamente vigilada. Sin embargo, justamente la tecnología ha sabido burlar buena parte de dicha vigilancia y ha logrado, otra vez, multiplicar las protestas contra Fergunson por todo el país, subvirtiendo este momento de racismo extremo y convirtiéndole en un persistente grito de solidaridad y de crítica al sistema legal estadunidense. Esto es muy bueno, pero no suficiente. Lo importante es que este momento y este movimiento logren convertir al racismo en enemigo público y articular estratégicamente sus demandas de manera que puedan transformar algunas estructuras racistas. (Se dice fácil, pero hay que evaluar con perspicacia si todos los recursos políticos están totalmente agotados o si la cristalización de la violencia institucionalizada en Estados Unidos tornó imposible la idea del cambio o la convirtió en otro cadáver político).

Sin embargo, el sujeto político antirracista en Estados Unidos hoy es mucho más diverso que hace cuarenta años, lo cual resulta una ventaja para incluir nuevas fórmulas y espacios de lucha antirracista. Esto contrasta con una tradición histórica que identificó al antirracismo sólo con organizaciones negras que afirmaban representar y defender los derechos de los negros y ser los agentes fundamentales de esta lucha; hoy el mapa antirracista ha cambiado enormemente, pues la tendencia principal consiste en una política de concientización social y en establecer alianzas con otros sectores, tal y cómo trabajan los movimientos sociales. Luego, están generando acciones supuestamente invisibles, apenas reseñadas por los medios de difusión, donde grandes cantidades de personas, activas en todo el país, van poniendo en crisis las bases económicas, legales y políticas del sistema. Por ejemplo, se ha hecho muy frecuente la llegada de un grupo numeroso de personas a un centro comercial e inmediatamente estas se tiran al piso, tal como si hubieran muerto. Este die-in, recuerda al sit-in que comenzó en los restaurantes para blancos en Alabama en los años cincuenta. Este fenómeno se produce en las últimas semanas sin que la prensa logre explicar muy bien este fenómeno.

La realidad es que están cambiando los modelos de convocatoria, resistencia y prácticas antirracistas. Los sujetos antirracistas de hoy son, también, muy diferentes. Se ha logrado que el antirracismo sea compartido por blancos, latinos, asiáticos, jóvenes y viejos, obreros, profesionales y estudiantes donde se cocinan las demandas raciales con demandas de sectores igualmente oprimidos por el mismo sistema. Este momento podría articular un verdadero movimiento social de carácter antisistémico y anticapitalista en los propios Estados Unidos, pues han crecido las categorías analíticas con las cuales, tras Ferguson, se están explicando los conflictos raciales en relación con otras cuestiones igualmente opresivas de la dominación imperial. Quizás estemos asistiendo al nacimiento de otra nación. Es importante saber que no cayó del cielo ni es otro destino manifiesto que marcará la “nación elegida”. Ahora vale más reconocer las fuerzas progresistas que mantuvieron su brújula en momentos de mayor oscuridad política, pues siempre hubo varios ejemplos de resistencia creativa. Una de las pocas propuestas culturales de fuerte preocupación social y comunitaria sigue siendo esa parte de la cultura hip hop que sobrevivió a la cooptación del poder, el mercado y la violencia; cultura que aún dialoga con el barrio y alimenta las expectativas de millones de jóvenes negros, latinos y pobres. Otra fórmula se halla en las reservas críticas que guardan latinos y caribeños, chantajeados por represiones migratorias y silenciados por la pobreza y marginalización de sus comunidades. El Fórum Afrolatino, fundado por el recién fallecido ideólogo Juan Flores, es una de las puntas de varios icebergs críticos que están emergiendo en el congelado mar del capitalismo más salvaje que se haya conocido. Así podrían hallarse otros icebergs, como el del Foro Social en Estados Unidos. Aunque el impacto de tales grupos es aun mínimo y lleno de limitaciones, también ha regresado la esperanza, pues se vislumbra un movimiento antirracista cada vez más heterogéneo, en el que las demandas raciales ya se cruzan junto a otras, rearticulando un nuevo discurso antidiscriminatorio que enriquecerían las luchas contra la opresión dentro y fuera de Estados Unidos.

Por todo eso he renunciado a firmar las tantas declaraciones retóricas sobre el caso Ferguson, porque vale más pensar en un futuro que evite el dolor de muchas otras familias negras. Y porque Michael Brown tampoco debe ser un cadáver más, sino una bandera para su ahora extendida familia racial y política que integramos millones de personas en el mundo. El doble asesinato físico y legal de este joven muestra, de una buena vez, que las luchas raciales no son únicamente raciales. Me gustaría creer que este incidente cambiará el rostro de la lucha antirracista en Estados Unidos, aunque la realidad indicaba que en las últimas décadas se había perdido todo el espacio, la proyección revolucionaria y conciencia descolonizadora, que este movimiento parece estar recuperando en pocas semanas. Por eso creo tan importante repensar a Ferguson y convertirlo en la gota que colma el vaso de agua, en la necesaria acumulación de pruebas para una acusación radical que remueva las bases políticas y jurídicas de un sistema que, como un ritual, necesita sacrificar jóvenes negros cada año.

Detenernos en las infinitas anécdotas racistas que nos asaltan cada día, aislar el análisis de cada incidente, olvidando el anterior, o aceptar las provocaciones raciales nos desgasta, entreteniéndonos en la catarsis y, particularmente, reduce nuestra batalla política a lo anecdótico e impide profundizar en las causas de los racismos actualmente existentes, crecientes e impunes en todo el planeta. Cada gesto racista o discriminador que se sucede en Estados Unidos, República Dominicana, Francia, Colombia, Holanda, Costa Rica, Venezuela, Alemania, Ecuador, Cuba y otros países, tienen su raíz en esa colonialidad del poder que se articula y manifiesta desde diversas culturas, estructuras y sistemas políticos. Esa cultura racista, privilegiada económicamente, reproducida por tecnologías, policías, escuelas, leyes y medios de comunicación que la derecha implacable estimula y la izquierda tradicional apenas se atreve a desafiar, será el enemigo más complejo de la Humanidad en el siglo XXI.

El desafío es inmenso, pues se trata de transformarnos como ciudadanos en sujetos críticos y activos, que proponen nuevas formas del diálogo, la solidaridad y la transformación social; obligados a pensar y actuar como luchadores consecuentes y deseosos de un cambio global. No bastan las masas indignadas. Se necesitan nuevas formas organizativas, de movilización y acciones simultáneas, de pensamiento y liderazgo. Es un camino difícil, de varias etapas, que debemos y podemos construir desde una red de intercambio de información, saberes, críticas, denuncias, problemas, propuestas, debates y acciones antidiscriminatorias mediante las cuales convocar y compartir experiencias en las comunidades y otros espacios entre colegas, activistas, líderes, medios de difusión y organizaciones con el propósito de articularnos mejor desde los espacios locales, para elaborar agendas, propuestas y acciones conjuntas locales, regionales y globales. Urge construir un observatorio crítico y participativo desde el cual describir y diagnosticar nuestra situación social, con la ayuda de aquellos expertos que esperan ser llamados.

Urge elaborar nuevas propuestas ante las nuevas agresiones racistas que no cesarán en los nuevos contextos locales, nacionales, regionales y globales donde vivimos y entre los cuales seguiremos enfrentando nuevas y viejas opresiones desde una matriz única, poderosa en su ideología y en su estructuración colonial moderna. Sin propuestas para ese cambio y sin la participación de todas las masas discriminadas, no habremos avanzado mucho. También se necesita pensar no solo desde y para las comunidades negras, sino un poco más allá, lo cual hace más complejo, democrático, crítico y autocrítico este proyecto de liberación global que irá enriqueciéndose en la medida que entendamos mejor cada una de las opresiones y aprendamos a autodescolonizarnos entre los debates emancipatorios que nos unen más que lo que nos separan, porque se cruzan en lo cotidiano, afectando prácticamente a las mismas personas, familias y grupos sociales. No olvidemos que, ante el poder, todos los oprimidos somos una masa indiferenciada.

Sin sumar nuestras fuerzas y alianzas, no será posible la transformación y emancipación soñadas. Toda masa discriminada y oprimida posee, aunque fragmentarias, pequeñas fuerzas revolucionarias que hasta hoy han sido enajenadas, desestimadas y convertidas en luchas minoritarias, escarceos teóricos, escándalos mediáticos y discursos nacionalistas, carentes de solidaridad internacional e incapaces de convertir un malestar histórico, una humillación cotidiana o esta revuelta generada por el doble crimen de Ferguson, en un acto de dignificación pública o en una verdadera situación revolucionaria que nos ubique en el camino de las transformaciones legales y estructurales, la redistribución de la riqueza, la emancipación de múltiples opresiones y la celebración de la diversidad y la dignidad de todos los condenados de la Tierra.

En Centro Habana, Cuba, Diciembre 15 del 2014

3 respuestas a “Contra Ferguson”

  1. Malcolm X tb apeló a una lucha internacionalista contra el racismo. A unirnos todos/as!

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario

Tendencias