Conocí a Amare en octavo grado, justo cuando mi madre se recuperaba del padecimiento que le habían diagnosticado cuatro años antes. Esa fue la razón por la cual me fui a estudiar lejos de mi casa, a las escuelas donde mis hermanas trabajaban como maestras y que me quedaban aproximadamente a dos kilómetros de distancia. El retorno a mi barrio me permitió comenzar a estudiar en la escuela que por cercanía geográfica me pertenecía.

Con Amare desarrollé una relación de amistad, la más intensa y provechosa que tuve en mi adolescencia. Quizás porque éramos muy parecidas, entiéndase, contestonas, “echas-pa-lante” y bulliciosas. Ni ella ni yo pasábamos desapercibidas.

Así vivimos por dos años, de manera muy cercana; y entre las cosas que compartimos estuvo el hecho de que fuimos las últimas en tener la menstruación, con 14 años, lo que por momentos podía ser motivo de burla por parte de las otras niñas del aula. Sin embargo, Amare y yo sentíamos la ventaja de la excepción: no nos daban dolores ni teníamos que preocuparnos por ir a cada rato al baño y, mucho menos, si la saya del uniforme se nos manchaba. Que yo recuerde, nuestra supuesta tardía menarquía fecundó nuestro camino de complicidad.

Tengo que decir que Amare era una de las muchachas más listas del aula. Sus libretas y libros rayaban en la perfección. Gustaba de tenerlos forrados y que se mantuvieran tal cual como el primer día de clases, sin hojas sueltas, borrones o roturas. Además, aprendía con mucha facilidad, era rápida y elocuente. Le gustaba la lectura, amor que compartimos siempre a base de regalos cumpleañeros.

Su familia se volvió desde entonces parte de mi cotidianidad. Su abuela, abuelo, su madre, con quien nos fuimos de paseo en algunas ocasiones, me vieron crecer tanto como a ella. Sus tías y primos y primas también eran personas cercanas para mí.

Al terminar la secundaria fuimos para preuniversitarios diferentes. Ella para la escuela del barrio. Yo me fui a la Lenin. Amare no se dejó convencer para becarse conmigo. Ni siquiera sus ansias de conocimientos cuartaron su libertad. Del otro lado estaba yo, que había escogido, sin prever las consecuencias, internarme en una escuela.

Llegó entonces el distanciamiento; solo nos veíamos los fines de semana y ni siquiera todos. De vez en vez nos íbamos al cine o al teatro y siempre, siempre, nos visitabamos por nuestros cumpleaños.

Al terminar el preuniversitario ambas nos preparamos para acceder a la universidad; ella matriculó una carrera pedagógica en la antigua Escuela Formadora de Maestros Salvador Allende y yo Psicología, en la Universidad de La Habana.

Ya yo en la calle entonces nos encontrábamos más, ademas de visitarnos. En más de una ocasión me la encontré en el Malecón, supuestamente paseando, mientras yo me reunía con algunos de mis compañeros y compañeras de la uni.

En ese tiempo fue cuando se hizo jinetera porque puta, lo que se llama ser puta, Amare lo fue desde chiquita. En su adolescencia, siempre tuvo el noviecito de turno, del cual nos burlamos hasta que nos dolía la panza de tanto reírnos y también los otros que la buscaban para apretar. Sus tetas movían carretas y carretones.

Por entonces, en Cuba continuaba la crisis económica que había comenzado con la caída del campo socialista y se recrudecía por ese tiempo. Amare tenía a su cargo a su madre -que por esa época ya había sido diagnostica ingresada grave en el Psiquiátrico de la Habana- y a su abuela y a su abuelo, quien padecía una enfermedad respiratoria crónica.

De ninguna manera necesité hallar una explicación coherente a su decisión de prostituirse. Sin embargo, quiero pensar que de no haber existido tal crisis la realidad hoy en día sería otra. Amare no hubiese convertido del “putear” su arma de sobrevivencia.

Ella salía, con una amiga, con dos… en búsqueda del “pepe” que le permitiría llegar a su casa con algo más que el cansancio y el hastío. Así conoció a muchos: extranjeros que buscaban chica con un erotismo especial, y muchas chicas que buscaban extranjeros… con plata.

Al principio la situación con la familia estuvo un poco tensa, abuelo y abuela no querían imaginarse en qué andaba ella. A mí siempre me pareció la más cruel de las hipocresía, comían con la plata que producía su vagina pero a la vez la juzgaban.

No obstante, Amare seguían viviendo aquellas noches de incertidumbre, de saber a la hora de salir pero no de llegar; de llevar dos mudas de ropa para cambiarse por el camino porque para su familia ella iría a salir con amigas. También fueron noches de tener sexo con otra chica porque eran 50 dólares más, o anal, en grupo… Todo aquello subía las ganacias.

Del mismo modo era usual que fuera interpelada por cuanto policía se le atravesaba. En ocasiones cambiaba la “carta de advertencia” por una mamada. Ese era su día de suerte. No tener que dormir en un calabozo de una estación de policía bien lo valía.

Por esta época yo estaba bastante cercana a ella, su comportamiento me despertaba cierta curiosidad, aunque no le hice preguntas. Yo era una de las personas que aceptaba sin cuestionamientos lo que estaba haciendo. Simplemente de eso se hablaba, como si estuviésemos conversando de flores y mariposas.

Y también escogió ayudar a paliar mi Periodo Especial, cuando yo no tenía zapatos para ir a la uni, por ejemplo. Ella estuvo siempre vigilante de lo que yo necesitaba. Jamás faltó su libro como regalo de cumple. La sordidez del mundo que habitó por años no le hicieron mella a su espíritus, quiero creer.

No sé porqué nunca le di lecciones de buena moral. Tenía claro de que yo no llegaría a tener sexo por dinero, a pesar de que mi situación económica era tan adversa como la de ella. Sin embargo, tampoco la podía juzgar, al final ganábamos las dos si nos manteníamos unidas, a pesar de haber escogido formas diferentes de remediar nuestra pobreza; mejor dicho, ella escogió, yo espere a que la situación pasara.

2 respuestas a “Amare”

  1. Yo conocí a una jinetera cubana aquí en Alemania (no sé si esa definición se aplica cuando están fuera de Cuba) aunque no puedo decir que fue mi amiga, en el mismo sentido que cuentas que sí lo fue Amaré. La ví varias veces durante una de sus visitas y pude intuir lo que hacía, más por sus silencios y por lo que no contaba que por lo que admitía. Ella venía con cierta regularidad con boletos pagados por una «familia de jubilados». Durante las semanas que pasaba aquí, ella tenía una misión: buscar un marido alemán para poder salir de la isla. No sé si logró su cometido. Era una mujer negra bellísima que soñaba con la vida aqui porque, decía, «aquí hay supermercados y shopping centers». Pienso con frecuencia en ella y me da tanta tristeza cómo las «luces falsas de occidente» son deseadas como una fuga; fuga de la pobreza? fuga de la falta de futuro? o quizás por creer ingenuamente que la felicidad está en el norte.

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    1. Es un tema muy complicado. Si quieres lo platicamos de frente al micro!!!

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