Por Norge Espinosa
Mañana será 17 de mayo, Día Mundial de Lucha contra la Homofobia y la Transfobia. La celebración específica de esa fecha, sin embargo, ha ocurrido ya para los cubanos miembros de una comunidad LGBTQI que todavía no acierta a entenderse del todo como tal, más allá de las 24 horas en que se nos dice que podríamos airear ciertas cosas al respecto, y marcamos en el calendario unas de las pocas ocasiones en que el tabú, el prejuicio y las normas preestablecidas rebajan el tono para hacer creer algunos que el aire se hace más respirable. Otra vez ha vuelto a correrse la oportunidad de ratificar entre nosotros el 17 de mayo en tanto jornada de reafirmación de lucha, y la campaña que anima el Cenesex dispuso que las actividades centrales en la capital por este motivo sucedieran la semana pasada. Los cubanos, ya se ha dicho, o nos pasamos o no llegamos.
La fecha coincide con el Día del Campesino, entronizado en el calendario de la Revolución, y ello ha sido motivo de pugnas y disgustos en esa esfera que, a pesar de lo que nos dicen las campañas y los anhelos, sigue entendiendo como trago amargo el momento en que gays, lesbianas, transexuales, pacientes de VIH Sida y otros miembros de esa comunidad salen a la calle a celebrarse como tales. Ya en los años 60 un renombrado escritor demostraba su ignorancia o su ceguera firmando un artículo en el que denunciaba a los homosexuales como un fenómeno citadino, imposible de ser localizado en los campos de Cuba. Porque seguramente, para ese escritor, Reinaldo Arenas debía ser marciano. O tantos otros, artistas o no, que viniendo desde lo más profundo de Cuba, han luchado y establecido sus voces como homosexuales, reconocidos dentro o fuera de la Isla.
Lo que me angustia es que esos prejuicios son capaces de armar subterfugios, circunloquios, que nos invitan a estar y aparecer, pero sin dañar la hipersensibilidad de otros. Al ver cómo se repite sin demasiado crecimiento la misma maniobra, el mismo concepto de visibilización, no deja de parecerme que se van estancando algunos acápites de lo ganado.
Por lo que me toca, soy homosexual y vengo del campo. No de los surcos ni las granjas de Quemado de Güines ni Manacas, pero sí de Santa Clara, y desde ese punto organizo mi marcha personal el 17 de mayo. Día que también, entre otras celebraciones que no son exclusivas de Cuba ni de entidades, sino de las personas que creen en ellas, es el de la Lucha contra la Hipertensión Arterial. Alguno habrá que casi sufra un infarto al ver en las calles a tanto gay y a tanta lesbiana, como también habrá quien, luchando contra la cerrazón de muchos, vivió décadas y días no muy lejanos en los que identificarse como tal pudo costar carreras, amistades, posicionamientos y destinos.
En la Cuba que viene, esa Cuba de nuevas tensiones económicas, algunos imaginan ya una postal en la que ser gay o lesbiana parece nota de color local. Y donde la historia, la memoria, el dolor, la pugna por alzar una verdad de vida, parece diluirse en el tono de fiesta que hace olvidar conflictos y pérdidas. La realidad se arma de todo ello, y a las celebraciones de hoy no puede enfrentarse banalmente el olvido de lo que nos precede. Si esa comunidad cubana LGBTQI existe, más allá de lo que parecen anunciar algunos turoperadores y la apertura de sitios “gay friendly” en La Habana (que no siempre son tal), no debería olvidar eso, y estar alerta. Para empezar a recuperar su tradición y afianzarse sobre ella. Para tener mejores palabras, más nuestras, con las que reescribir lo que somos, ver lo que hay, y exigir lo que nos falta.
En ese espacio de libertad, mañana tengo mi día de marcha. Como homosexual y como campesino. Lo de hipertenso, se lo dejo a los otros mientras imagino y salgo a mi propio desfile.