Por Norge Espinosa
A propósito del publirreportaje sobre el King Bar que salió publicado en Oncuba, el pasado 14 de septiembre.
La nota con la cual OnCuba, una de las publicaciones virtuales más leídas del país, celebra la existencia del KingBar, es uno de los ejemplos más flagrantes de ese periodismo interesado que nos acosará cada vez con mayor fuerza. Dictada evidentemente desde una tendenciosidad que disimula sus verdaderas intenciones en el elogio desmesurado al restaurante bar que hace unos meses desató polémicas por la homofobia que sus dueños ejercen ante la clientela que se acerca al sitio, planea ocultar parte de ese resquemor, y en ese afán, los párrafos de Cecilia Crespo se empeñan en lavar la imagen sombría que en aquella noche del 27 de junio recibieron, en la entrada misma, los activistas del Proyecto Arcoiris que intentaron esperar en ese recinto el Día del Orgullo Gay. La discusión allí sostenida sacó a flote lo que se sospechaba: sus dueños, haciendo uso de un “derecho de admisión” que en realidad es un acto discriminatorio del modo en que lo ejercen, prohibieron la entrada a los activistas, apelaron a voz en cuello al Cenesex como punto de apoyo de tal actitud, y se convirtieron en barrera infranqueable que solo dejaba pasar a quienes, por su aspecto personal o posibilidades económicas, puedan acceder según sus criterios a tal monárquico negocio.
Un texto que escribí sobre el tema se divulgó en las redes, y pasó de teléfono a teléfono, despertando criterios y anécdotas que confirmaban nuestros reclamos ante los que regentean el KingBar, que se reconocen homosexuales pero niegan a su clientela gay gestos y conductas que les permitan expresar libremente sus afectos. Lo que redacté fue la punta del iceberg, y el repaso a todo lo que afloró tras ese acontecimiento apunta a cuestiones mayores que el KingBar, en sí mismo, deja ver como síntomas de esa otra Cuba donde el dinero y el conservadurismo que tal elemento impone se irán sintiendo como un impulso nada benefactor. Esa Cuba ya está aquí, y hay quienes, desde ese horizonte, ya dictan morales, normas, parámetros, con los cuales juzgan a las personas, valorizándolas apenas en función de lo que les interesa obtener de ellas. El KingBar (cuyo logo nada original, pese a los elogios de la despistada redactora de OnCuba, y que no “acaba de nacer”, pues ya lleva un tiempo considerable abierto) se proclama gay friendly, cuando en realidad es parte de esa maniobra de lavado, de pinkwashing, que aspira a un homosexual que valga lo que pague, y no lo que diga abiertamente en un país donde la memoria de la historia sexuada no puede perder relación con batallas y conflictos que, pese a los avances tímidos en ciertos aspectos, sigue en pie. El turismo gay ya anuncia a Cuba como nuevo escenario. El artículo de OnCuba aspira a que el KingBar ya esté en ese paisaje, sin mencionar otros sitios donde homosexuales, lesbianas, y gente de cualquier condición y gusto, pueda sentirse a gusto sin tener que soportar la mirada reprobatoria del portero.
Apena que OnCuba, atrevida en otras zonas de análisis crítico sobre la realidad cubana, se haya prestado para tal disimulo. No falta quien sospecha que se trata de un artículo pagado: allá OnCuba y su conciencia al respecto, cosa que no me interesa. No pienso recomendar el sitio, mucho menos ahora, a quienes quieran probar esos platos deliciosos que ella anuncia, aunque no me parece que ninguno sea tan exclusivo de ese menú como quieren vendernos, ni mucho menos celebrar mi cumpleaños a golpe de conga, como en tantos otros sitios de escasa originalidad, de acuerdo a lo que aquí se anuncia. Ni allí, ni en ningún sitio donde lo que vale sea el simple precio del cliente, el dinero con el cual valoramos a quien venga a la puerta, la mercancía que somos bajo esta clase de mascaradas. Da vergüenza. Los homosexuales y lesbianas de la Isla, los transexuales, los queers, blancos, negros, que nos reconocemos como parte del mapa de esta nueva Cuba, deberíamos ser más consecuentes con nuestra tradición, y la verdad de nuestros deseos y nuestros cuerpos, y combatir todo esto. Cecilia Crespo habla del KingBar como quien refiere una visita al Paraíso, y va de un lugar común a otro con la prosapia de quien quiere vendernos una nueva clase de detergente. Porque eso intenta: lavar esa imagen lamentable que el KingBar intenta escamotearnos, en una ciudad donde ya la competencia existe y donde uno puede, a Dios gracias, elegir dónde gastar el dinero que se ha ahorrado para sentirse mejor. Y sobre todo, no discriminado.
El KingBar es un sitio donde el cliente es rey, dice la redactora de este texto, acaso abrumada tras haber comido y bebido tantas maravillas como las que nos enumera en su elogio a tan poca cosa. Le concedo eso: solo el rey es cliente. El príncipe y no el mendigo. La realeza y no las personas. Nos vende un paseo por un Versalles de cartón, con esculturas monumentales y logotipo de escasa sutileza sexual, flamenco y congas cumpleañeras: una carroza del carnaval detenida en una esquina del Vedado. Yo, que elijo la calle y la cacería, ya tenía esa esquina marcada como un punto de La Habana que no necesito. Como no necesito esta página de OnCuba. Tal vez, ni siquiera a OnCuba. Porque en espejos como este, puedo encontrar cualquier cosa menos mi rostro.
Ojo, mucho ojo, porque duele, duele que se esté fomentando en nuestro país ese modo de hacer «futuro» económico contra cualquier valor, valor digno, diría yo, porque en definitiva, lo que ya están planteando los del KingBar, son también «valores» pero del capitalismo más irracional; para la mayoría de los cubanos, son antivalores.
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