Por Paquito el de Cuba
Aquel diciembre del 2002 de angustias y alegrías en que me separé de la madre de mi hijo y decidí pasar la página de lo que ya a esas alturas era una falsa —y muy peligrosa— vida heterosexual, no tenía ni idea de que existía, cada 11 de octubre, un Día internacional para salir del clóset.
Pero la tranquilidad que comencé a sentir y a construir a partir de ese momento en que me reconocí y asumí —tardíamente, es cierto— como hombre gay, me hacen reflexionar ahora sobre la importancia de ese complejo giro existencial para todas las personas, en particular las homosexuales.
¿Cuántos clósets nos rodean? ¿Solo el de la sexualidad? ¿Tenemos derecho a vivir o no en esos armarios de deseos inconfesos? ¿Por qué es importante salir de ellos, en lo personal y en lo político? ¿Cómo llegar a ese instante de la mejor manera? ¿Cuándo empieza el proceso? ¿Termina alguna vez?
Son muchas las preguntas que podríamos hacernos acerca de la salida del clóset. Porque definitivamente, en todas las sociedades hay límites que desde el poder tienden a convertirnos en masas homogéneas, por uno u otro motivo. Siempre que infringimos o nos saltamos una norma que nos somete en contra de nuestra individualidad, hay un armario roto.
El problema es que hay clósets más reacios que otros, porque el costo social de abandonar algunos de ellos puede llegar a ser muy alto para ese ser humano que rompe las reglas de su entorno.
Precisamente lo que hace tan terrible el clóset de la homosexualidad, la transexualidad o cualquier otro que vincule con la orientación sexual y la identidad de género, es la universalidad de la exclusión que los sistemas hegemónicos tejieron a su alrededor, con todas las herramientas a su alcance: religión, medicina, derecho, cultura, educación, familia, estado, política…
Las consecuencias de vivir en cualquier armario en contra de nuestra voluntad son terribles. Pero en especial la negación o reducción de cómo sentimos y vivimos con todas sus variantes y matices nuestra sexualidad, uno de los aspectos que nos define como individuos únicos e irrepetibles, es a la corta o a la larga frustrante para cualquier persona.
No obstante, hay quienes quieren y pueden vivir en el clóset durante un tiempo, breve o largo, e incluso toda su vida, y es su derecho hacerlo. Mientras les resulte confortable y no les provoque angustia, inconformidad consigo mismo, ansiedad, molestia; entonces para ese sujeto no existe tal armario.
Estamos en el clóset solo cuando cobramos conciencia de una limitación externa a nuestra verdadera naturaleza, a lo más íntimo de cada cual, y empezamos a experimentar —en menor o mayor grado— lo destructivo, humillante, injusto que resulta la negación de cualquier rasgo esencial de nuestra personalidad que no afecta ni menoscaba el derecho y el bienestar de terceras personas.
Esa revelación primero, que luego deviene en rebeldía y finalmente en rebelión, ante aquello que nos disminuye como seres humanos con los mismos derechos que el resto a disfrutar de la plenitud, la felicidad y la libertad —entendida siempre como la comprensión de la necesidad—; resulta siempre en un posicionamiento político.
Salir del clóset es hacer política, porque va contra la hegemonía, contra la opresión que nos impone un molde, un esquema uniformador cuyo origen no es natural aunque así lo quiera presentar el poder, sino que es consecuencia de un devenir histórico y de los intereses concretos, visibles o no, aprehensibles o no, de las personas e instituciones que ejercen ese dominio.
Por tal motivo, ya sea en el seno familiar, en la escuela, el trabajo o en cualquier otro ámbito, asumir que somos lesbianas, gais, bisexuales, trans o intesex tiene un impacto político, querámoslo o no, seamos o no conscientes de ello, lo quieran reconocer y admitir o no las demás personas.
Ese compromiso con la naturaleza política de la salida del clóset, al menos en el ámbito de los derechos LGBTI, debería ser todavía mayor entre las personalidades cuyo liderazgo de opinión o responsabilidades públicas deberían implicar una identificación más fuerte —y así lo debemos exigir desde nuestra ciudadanía— con todas las causas que impactan en el mejoramiento humano.
Porque sobre todo en el caso de las figuras relevantes en la vida pública, detrás de no pocas de las demoras, disfraces, ocultamientos y presuntas neutralidades dentro del clóset, suele haber mucho miedo infundado, enajenación cívica, complacencia individualista, intereses mezquinos, cálculos egoístas, hipocresía social y/o cobardía política.
En la actual coyuntura que vive el planeta en materia de reconocimiento de la diversidad sexual, y Cuba en particular, a partir de la identificación de la necesidad de enfrentar la discriminación por orientación sexual e identidad de género como una de las nuevas prioridades políticas en nuestro país, salir del clóset es y será todavía por bastante tiempo, para las personas LGBTI, una acción transformadora, un acto revolucionario.
Es cierto también que no todo el mundo está en las mismas condiciones para enfrentar ese proceso, ni llega igual a ese minuto. Hay múltiples sistematizaciones de consejos y advertencias sobre cómo y cuándo es mejor salir del clóset, en dependencia de edades, circunstancias familiares, económicas y sociales.
Lo más cardinal tal vez sea entonces que poseamos la más fuerte convicción posible sobre lo que vamos a hacer y por qué. De no improvisar ni apurar, de tratar de no agredir, ni herir —al menos no intencionalmente—, de prever y adelantarnos, de ayudar a que nos entiendan, de respetar para que nos respeten, pero tampoco condescender ni avergonzarnos, no pedir permiso ni perdón, tampoco evadir o mentir.
Empezamos a salir del clóset desde el mismo momento en que nos percatamos de que vivimos en uno, del tipo o por el motivo que sea. Y cada paso que demos para escapar de él es tan valioso o importante como el siguiente. No hay progreso más o menos importante; y si hubiera una gradación, solo sería medible por la satisfacción intrínseca que nos reporta cada decisión propia, sin presiones ajenas, que seamos capaces de tomar en cada momento y lugar.
Y lo principal. La buena o mala noticia, según cómo lo miremos. Nunca terminamos de salir del clóset, ya sea de uno solo o de varios clósets. Siempre habrá cotas superiores para alzarnos desde la diferencia de nuestra unidad —o viceversa— como personas auténticas, responsables y militantes.
Tomado de Paquito el de Cuba.