Por Juana Dinorah Laza Herrera
Era mi primera mañana de domingo en aquel lugar. Después del habitual recuento a las 6: 00 me había vuelto a la cama. La tristeza invadía todo mi ser, aún me parecía mentira que me encontrara allí pero la realidad se imponía aunque durmiera para olvidar y hacer que el tiempo pasara más de prisa. Y acababa de llegar, carne fresca.
Cada mañana desde que llegué, la mañana me traía y me arrojaba a la cara la realidad del momento. No me importaba nada, sólo dormir y pensar en los duros días que me esperaban en ese lugar, desconocido hasta ahora para mí, aunque había escuchado muchas veces historias allí acontecidas.
Mi primer domingo, una música entra en mi sueño, creo que estoy soñando. Poco a poco me hago consciente de que no sueño, estoy escuchando una de mis canciones favoritas, sin abrir los ojos, estos se me inundan de lágrimas. Intento ahogar el llanto presionando mi cabeza contra la almohada.
Escuchando esta canción se me derrumbaba otro mundo, primero el de la libertad y segundo, el de el amor. Justo había empezado una relación con un chico que me hacía sentir la mar de bien. Aún no lo había presentado a la familia, porque conociéndome debía de estar segura, de mis sentimientos, que por aquel entonces eran muy volátiles. Sobre todo cuando de mantener mi independencia de movimientos, de vestirme, bailar, actuar, hablar, salir y relacionarme con los demás, cosas con las que siempre he sido muy fiel, y no todos los pretendientes estaban dispuesto a soportar, desde su machista posición, a una hembra tan libre.
Aquella canción que se metió en mi sueño y me despertaba, traía un dulce recuerdo que había quedado muy dentro de mí, en el mundo de afuera. Porque creo que fue la última imagen que vi o que quise ver, aún hoy no podría precisarlo y presiento que no lo sabré nunca. Les cuento:
Un jefe de sector de mi pueblo, desde hacía algún tiempo, me tenía puesto el dedo. Siempre que me veía me pedía carnet de identidad, yo siempre complaciente se lo daba, le miraba directamente a los ojos, estos de un azul casi gris, bajo aquellas cejas negras pobladas, hacían la mar de encanto.
Este contacto visual a propósito y con toda alevosía y premeditación por mi parte, duraba apenas unos segundos, me echaba una sonrisa y volvía mi cara y allí le dejaba leyendo los datos del carnet de identidad, que ya había perdido la cuenta de las veces que me lo pidió. Cuando dos personas no se son indiferentes es una emoción que se siente, es como una química, lo que pasa, la cual se transforma en la medida en que se van viendo actos malvados, y era lo que sentía por este señor. Sabia que le gustaba, y él sabía que también a mi.
Lo cierto, es que también sabía que no me iba a tener nunca y por eso reconocía mi risa como una venganza; ciertamente ese fue el mensaje. Por si no le quedó claro alguna vez, se lo confirmé con palabras una noche, la misma que comprendí que venía a por mi, y a por todas. Mi único delito, sentarme en cualquier esquina de mi pueblo, ser mujer, negra, contestataria, que no me dejaba amedrentar ni podían callarme. Además de no plegarme a sus deseos.
Primero con un perro…
Para un hombre y policía que le digas estas palabras, si tiene algún poder te va a tratar de exprimir. Este era el jefe de sector mayor: Capitán. No es necesario decir más. Un descubrimiento que hice en unos de los camerinos del cabaret del pueblo me permitió mantenerlo a rayas. El señor Capitán bebía estando de servicio.
Pues este señor consiguió que me declararan culpable, pidiendo una condena de 4 años de privación de libertad por los cargos de antisocial, jinetera, siendo una persona potencialmente peligrosa para la sociedad. Lo de antisocial, si, probablemente, todo aquel que aprovechaba su poder para aprovecharse y joder en nombre de la revolución me provocaba ser una antisocial. Jinetera, no, eso llegó accidentalmente allá por 1997, y estamos hablando de Mayo del 1984.
Decirles a la cara todos los actos que hacían en nombre de un poder que no cumplían; no hay mejor manera de enfrentarme a la policía que echándoles en cara aquello que dicen: predica con el ejemplo. ¿Me va a llamar la atención por algo que no estoy haciendo, alguien que está bebido, alguien que infringe la ley porque tiene un uniforme puesto, abusando de su poder para lograr prebendas personales? No, me revolvía la bilis. Claro, además sin miedo a represalias ni al enfrentamiento. Pero muy inexperta en eso de tratar de salir ilesa cuando la policía te fabrica un historial policial por no conocer las leyes. Normal que Guido, que así se llamaba el Capitán, lograra mandarme a prisión por dos años.
Terminado el juicio debía esperar el furgón (jaula) que traslada a quienes fueron sancionados a prisión y serían conducidos al Combinado del Este. Pero demoraría y ya eran cerca de las 4 de la tarde, debían efectuar el traslado lo más rápido posible, según escuché.
Luego vino después me encendió la sangre: el juez le decía a Guido que debía conducirme él mismo en su moto hasta la Séptima (comisaría), y allí esperar el furgón que me llevaría a prisión por dos años de mi vida sin haber cometido delito alguno. Y todavía este cabrón me llevaría en su moto con sidecar. Nomás escuché aquellas palabras y mirando aquellos profundos ojos azules, con la rabia más despiadada que en aquellos momentos me invadía, le dije: «Si me llevas en la moto, ten la seguridad de que te voy a volcar y pase lo que pase, después de aquí, no hay más pueblo. Me conocía perfectamente o había escuchado historias de lo que podía o había sido capaz de hacer, y casi todas con la policía. Así que él sabía que no estaba tirándome un farol. Vamos, de que volcaba la moto, la volcaba. Se aconsejó y pidió un patrullero.
Una vez de vuelta a comisaría me devuelven al calabozo. Lloré a moco tendido, primero muy bajo, luego no escondí ni tapé mi llanto. Me desahogué. No sabía lo que entrañaba perder mi libertad, ahora lo sabría y era lo peor que me podía ver pasado, a mi, a una mujer que había hecho de si misma toda la libertad del mundo.
Entonces siento que están abriendo la puerta del calabozo, me limpio las lágrimas, no quiero que me vean llorar. Es un amigo del barrio, policía él. Me mira; le miro con mis ojos hinchados de tanto llorar. Con una inclinación de cabeza a la izquierda, cerrando un poco sus ojos, como con gesto de pena, me anuncia que el Capitán Guido quiere hablarme.
.
Me conduce a una sala pequeña, cuando llego Guido no se encuentra, llega unos minutos después y le escucho decir:
-Viste como al final caíste, viste como al final se cumple lo que te prometí aquella noche. Y mira, te traje un caramelo, cómetelo porque es el último que te vas a comer en la calle.
Estiré mi mano y mientras lentamente le quitaba el papel al caramelo, mirándole a la cara le dije:
-Muchas gracias, espero que un día tu vida sea tan dulce como este caramelo que hoy, ultimo día en la calle, me voy a comer. Un día vas a pagar todo el daño que hoy me causas. Un día.
1 de Mayo de 1984, lo recuerdo perfectamente y jamás lo voy a olvidar.
Aquella canción que se metió en mi sueño una mañana de domingo, que me traía la alegría a pesar de estar donde estaba, fue el dulce recuerdo que había quedado muy dentro de mi, en el mundo de afuera. Porque creo que fue la última imagen que vi o que quise ver. Aún hoy no podría precisarlo y creo que no lo sabré nunca. Está canción me volvió a traer a aquel amor de vuelta que había dejado fuera, razones poderosas así me lo confirman. Antes de conocer a este chico ya la canción «Hello» me llegaba al alma. Una vez que le conocí le dije que tenía algo de parecido en su forma de vestir y el corte de pelo de Lionel Richie, no así su cara. Este era un negro bello.
Hello Prisión
Prisión de Mujeres de Occidente o lo que era lo mismo Manto Negro, como también es popularmente conocida esta prisión, que se encuentra a unos pocos kilometros de mi pueblo. Menos mal, gracias a que estaba muy cerca de casa, allá trabajaban personas de los pueblos colindante así que encontrarme con guardias o reeducadoras conocidas, hasta amigas, fue un gran aliciente. Todas me conocian fijo, yo a tres de ellas, una de trato muy familiar, otras del barrio, había hasta una compañera de clases.
También encontré caras conocidas provenientes del llamado mundo antisocial en que nos encasilla la policía a los que decimos verdades o simplemente aplican su poder sobre personas que no saben cómo defenderse. Muchas veces jueces y abogados prestados pa´ lo mal echo, y lo digo yo que he sido una víctima en las dos ocasiones en que me han llevado a prisión.
Esta canción me sacaba el alma a plena 7 de la mañana. Después de pegarme la llorera, me quedé tranquila en la misma posición, me deleitaba en mis recuerdos y sólo de pensar en ello me fui poniendo contenta. Era domingo y estaba en prisión. Una voz me sacó de mis cavilaciones.
Dignorah tu turno de baño. Una amiga conocida, de esas con la que bailé mucho y en muchos lugares, era mi cara conocida en el mundo antisocial. Mambisera como yo, con 20 años, un año más que yo.
Tomado de Juana Dinorah Laza Herrera