Por Roberto Zurbano
Para Iddia, Mónica, Zuleica y Ulises, que se lo perdieron…
El país que viene sonará, también, a Ibeyi, estas muchachas franco-cubanas cuya propuesta musical es un arbusto fertilizado por las culturas del Caribe y Europa, junto al dominio de las posibilidades tecnológicas del siglo XXI y las futuridades de un mundo que ya no puede vivir sin los dioses de la música del maltratado continente africano. Lisa-Kaindé Díaz y su hermana Naomí Díaz se están erigiendo en diosas de una música que no tiene nada de post y mucho de viejas esencias. Ellas son esa línea, invisible para muchos, que va de Merceditas Valdés a Bjork. Revitalizan el África negra repartida en puertos como Bahía, Matanzas, Nueva Orleans, Cádiz o Amberes y ahora cruzan los siete mares con suficiente tecnología y respeto, para rendir homenaje a los abuelos esclavizados o a los padres, como hicieran las Ibeyi en La Habana al dedicar su primer concierto en Cuba a su padre, Angá, (Miguel Aurelio Díaz Zayas, 1961-2006), extraordinario percusionista pinareño, creador de los cinco toques en la tumbadora, a quien vimos tocar como un dios, primero en Opus 13 y luego en Irakere, bajo la batuta de Joaquín Betancourt y Chucho Valdés, respectivamente, pero también con Buena Vista Social Club y otras celebridades del jazz.
Para quienes no creen en los muertos, cuando escuchen a esas niñas sepan que están moyubbando a su padre de quien escucharon muchos de los temas con que hoy atrapan multitudes en París, Toronto o durante las pasarelas de Chanel en El Prado habanero.
En cada concierto o video de Ibeyi asistimos a un poderoso ritual donde se redefinen tramas identitarias a partir de fragmentos musicales, visuales, danzarios u objetuales, como los propios collares de santo que usan en la mayoría de sus presentaciones grabadas o en vivo. Ellas sostienen el fuego de su creación musical con rigor, femeneidad y una globalización que no oculta la raíz de religiones y saberes populares. El entramado de sus vidas transculturales se desborda en el escenario a través de voces y toques afros que crean nuevos espacios a través de dispositivos y habilidades tecnológicas al servicio del corazón y el talento, no al revés. Son disciplina y pasión, ancestralidad y postmodernidad, homenaje y desafío. No necesitan explicar de dónde vienen, solo invitan a compartir la sangre musical de sus performances fluyendo sobre las piedras ancestrales, tratando de iluminar algún futuro entre la selva urbana global, martillando sobre oídos sordos y abriendo las cárceles de esas identidades cerradas que aun padece el mundo.
La noche del 5 de mayo del 2016, durante el festival MUSICABANA tuvo lugar su concierto de retorno al país natal, parafraseando a Aimee Cesaire, pues buena parte de su estética se debe a una maternidad afrocubana. No es curioso que la música de Ibeyi resulte un disfrute comprensible para generaciones y públicos tan diversos, porque ellas proponen una estructura musical sencilla y compleja a la misma vez: la afrocubanidad como condición ideo-estética, que se mueve hacia adentro y hacia afuera; como cualquier isla caribeña, propia y diversa, que navega aprehendiendo el mundo. Ibeyi sella su sonoridad a través de loops y beats del rock más europeo, el trip hop, el R&B, los tambores batá, el cajón afroperuano y el piano acústico, entremezclando cantos yorubas y pequeños poemas armónicos, casi renacentistas, que redefinen la matriz de un hecho estético insuperable: el universo coral y percutivo afrodescendiente, en una definición minimalista y proyección electrónica perfectibles aun. Sus cantos y toques no se desbordan porque saben cuidar nuestro río de sufrimientos y experiencias africanas en el mundo global y tecnologizado del siglo XXI, para que los demás puedan entender y sacar lo mejor de todos, despejar culpas e incomprensiones y producir sonoridades dulces y rotundas, prestas a la comunión universal.
Los Ibeyis, en la religión yoruba, son santos menores, hijos gemelos de Shangó y Oshun, que fueron criados por Yemayá. Son patrones de todos los niños y reciben varios nombres, según sean dos hembras, dos varones o hembra y varón. Nunca se posesionan y les encantan las fiestas y travesuras. Lisa-Kaindé y Naomí resemantizan la tradición yoruba mucho más allá de la cuestión religiosa. Cantan en yoruba e inglés, curiosamente no en español ni francés… Como árboles que llevan sus raíces por fuera estas Ibeyi son, ahora, dos jóvenes que recuperan las grandes manos de Chano Pozo o las pequeñas de Ernesto Lecuona, endulzan a Celia Cruz y celebran a Fela Kuti, a Lázaro Ross, a Miriam Makiba y a Papa Wemba, porque son todo esto y algo más… Para lo que algunos eurocentricos resulta marginal, étnico, lejano o folklórico, para otros, como Ibeyi, ha de resultar canónico, es decir, se convierte en la estructura básica más cercana y convencional desde la cual elaboran su creación artística. Ese núcleo de música afrocubana, particularmente yoruba, es su otá o piedra de fundamento: punto de partida para pensar y asimilar el rock, el jazz, el son, la samba, el reggae y otros géneros afrodiaspóricos y seguir adelante, hacia esos paisajes más inter que multiculturales que hoy se encuentran en cualquier espacio postcolonial del siglo XXI.
Su trabajo musical, escénico y audiovisual construye paisajes sonoros que el mercado y la tecnología ponen a dialogar en un espacio libre de aduanas, olvidando, a veces, que la música no tiene fronteras, pero sí tiene raíces propias. Ibeyi nace en ese espacio transnacional, en medio del tráfico de identidades que se han despenalizado e incorporado a un canon internacional desde los grandes espacios de la industria cultural como fenómenos de rápido consumo y ese puede ser un camino hacia el éxito, pero también hacia el fracaso o la pérdida de sustancia en este tipo de proyecto artístico, que ha de buscar su crecimiento también por otras vías menos estándarizadas.
Por tal razón, creo importante que Ibeyi re-naciera en Cuba y lo lograra, por encima de la moda de ser ahora La Habana la ciudad que hay que visitar, invadir finamente y colocar en las guías del negocio mundial. Fueron invitadas por el artista alemán Karl Lagerfeld a hacer la música del lanzamiento de la colección Crucero 2016 de la exclusiva casa de modas Chanell, en un controversial desfile habanero. Elegidas por el octogenario modisto precisamente por su habilidad en vestir y desvestir, con gracia y sofisticación, las esencias afrocubanas que aprendieran de su padre, pero también ganaron esta oportunidad por su mitad cubana y por ser uno de los productos más frescos y atractivos del cutting edge; una modalidad que ha encontrado el maridaje perfecto entre la tecnología y el mercado y desde los años noventa viene atravesando la industria musical y audiovisual con propuestas realmente atrevidas y talentosas.
Ibeyi re-nació en La Habana más allá de los catálogos de música étnica o electrónica, porque lograron insertarse limpiamente en la tradición que va de Síntesis a Omar Sosa, de Free Hole negro a Carlinhos Brown, de Nina Simone a Erika Badhu, pasando por Zap Mama, de Gotan Project a Jame Blake, pasando por Fugees. Todo mezclado, en apenas tres años de vida profesional que anuncian algo más rotundo. Esa noche las sentí muy cerca de otras muchachas que arman su sonoridad más allá de la fidelidad a géneros típicamente cubanos, como Diana Fuentes, Las Krudas o Daymé Arocena. En ese concierto disfruté a Ibeyi pariendo una noche espectacular que, a su vez, las parió a ellas de otra manera, mientras cantaban junto a Síntesis, Telmary, X Alfonso y Aldo López Gavilán. Regalaron espiritualidad, respeto y goce en el Salón Rosado de La Tropical, lugar desprestigiado en las últimas décadas por funcionarios de la cultura, racistas de turno y excluyentes guías de turismo, solo porque es uno de los pocos sitios históricos de la cultura popular bailable en Cuba. Por eso los rumberos de Osaín del monte abrieron la noche antes que los DJ cubanos y foráneos hicieran lo suyo con acierto, construyendo el ambiente inclusivo que este espacio pide con más frecuencia.
Cuando salieron a la pista, crecieron y convencieron. Aplaudí en medio de un par de interrogantes: ¿Así sonará el país que viene? Ellas anuncian las nuevas africanías y globalidades de las próximas décadas? Quién sabe, pero antes, la buena música salvará al mundo de tanto ruido parecido a la nada, que hoy inunda. Al fin sabemos que no es para siempre y que Ibeyi regresará a la isla de músicas múltiples, sabiamente mezcladas, dotada de lo único que necesitamos para reconstruir el mundo: las esencias que se intercambian de la raíz a la flor y viceversa; del pasado al futuro y tambien del sonido local a la nota global que define a La Habana, ciudad-puerto, desde el principio de los tiempos.
Luego, antes de ponernos muy filosóficos, llegó El Tosco y NG La Banda y nos hizo bailar en varios idiomas. Gocé de lo lindo, pregúntenle a Ned Sublette, Juan Pin Vilar, Sue Herrod, René Arencibia o a Barbarita Oliveira, ya recuperada de su accidente y también a Juanito Delgado. Sudado y fascinado, escapé antes que terminara el concierto para llegar a casa y escribir esta crónica, pero la paz y el sueño me vencieron. He asistido a una noche entrañable, llena de aplausos y estrellas que no desaparecen al despertar. No ha sido un sueño, estuve allí, frente a ellas, en el cielo de La Tropical. En La Habana, sin necesidad de diamantes. Solo con las Ibeyi.
Escrito en Centro Habana, con aguardiente y luces de viernes, mayo 6 y 2016.
Roberto Zurbano Torres (San Nicolás de Bari, 1965) es ensayista y crítico cultural. Miembro de la UNEAC, de LASA, de la Articulación Regional Afrodescendiente de América Latina y el Caribe y de El Club del Espendrú. Autor de los libros Elogio del lector (1990), Los estados nacientes: Literatura cubana y postmodernidad (1995) y La poética de los noventa (1997) y de textos como El triángulo invisible del siglo xx cubano: Raza, literatura y nación, El rap cubano: Discursos hambrientos de realidad y Cuba: Doce dificultades para enfrentar los (neo) racismos. Ha prologado libros de Frantz Fanon, Georgina Herrera y Simone Schwarz-Bart. Trabaja en la Casa de las Américas, La Habana, Cuba.
Foto tomada de Cachivache Media
Excelente!! Exacto, profundo y desde la emoción. Gracias, Zurbano! Gracias, Negri!
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Por nada mi amor. Un beso
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