“Para que aguanten la puñalá”, resuelve de un tirón uno de los encuestados. Luego ríe. Es un chiste a la mitad. “Fifty en broma, fifty en serio”, equilibra y pide no poner su nombre en el reportaje.
Salpicada de cinismo, la respuesta alude a una eventual carne de cañón, pero evade la causa que investiga la propia pregunta. De cualquier modo, no debería arruinar la pertinencia de una indagación: ¿Se expande un patrón racial en la división del trabajo en la ciudad? Y ese patrón, que se aprovecha de las simbologías raciales, ¿es dominante en la ideología que atraviesa al sector privado?
Algunos activistas lo ven así y lo interpretan como una segregación que se enquista en una economía arrogante. “Al ser negocios privados se reservan el derecho de contratación y, mientras más nivel alcanzan, más se blanquean sus empleados”, estimó hace año y medio Daysi Rubiera, historiadora y fundadora del grupo feminista Afrocubanas, durante una entrevista con la agencia IPS.
De acuerdo con esta investigadora, “las personas de piel oscura quedan para aquellos espacios donde no se atiende al público y en los cuales se paga menos”.
Otro académico, Esteban Morales, valida tal opinión. “A lo mejor, ves en la recepción algunas muchachas negras, pero los negros están en la cocina. No son jefes de departamento, no son directores de hoteles, no son presidentes de corporaciones”, manifiesta en una exclusiva con OnCuba. “Eso tiene que ver con las desigualdades, que han crecido en nuestro país”.
Pese a ello, Morales se muestra cauto. “No diría que hay un problema negro en Cuba”, dice y desdramatiza el conflicto mediante lo que describe como “un racismo light”.

El ensayista cubano, Fernando Martínez Heredia, aplica un zoom más potente para escrutar la situación en el mediano plazo. Entrevistado por la revista digital La Jiribilla, Martínez Heredia entiende que las manifestaciones actuales de racismo “son un territorio del crecimiento de la cristalización de desigualdades sociales, un paso muy necesario para los que aspiran al retorno al capitalismo”.
Hace seis años, una carta llegó al buzón de la Central de Trabajadores de Cuba. Contenía una denuncia. El firmante era el ingeniero Norberto Mesa Carbonell, fundador y presidente de la Cofradía de la Negritud, un proyecto ciudadano independiente y antirracista que fue horneado en la caldera de presión de los años noventa.
En su misiva afirmaba que “durante los dos últimos decenios, las manifestaciones de discriminación racial han tenido clara presencia en el campo laboral”.
Hacia 2010, el gobierno preparaba al sector estatal para restar un millón de puestos de trabajo, alrededor de la cuarta parte de la población económicamente activa. Se trataba de la mayor poda de empleos en todo el período socialista y aunque escalonada, los cofrades temían un masivo desempleo de trabajadores negros y mestizos que obviamente no serían rescatados por el mercado privado, entonces larvario y con los resquemores sociorraciales de rigor.
Para Alejandro de la Fuente, uno de los intelectuales cubanos más acreditados de la diáspora, “el decreciente control estatal sobre la contratación y promoción del personal en el sector privado crea oportunidades adicionales para que las prácticas discriminatorias operen libremente”.
En su libro Una nación para todos, editado por la casa de altos estudios Fernando Ortiz, este profesor titular de historia latinoamericana en la Universidad de Harvard, insiste en que los criterios precondicionantes de selectividad, entre ellos la llamada buena presencia y el nivel cultural, han vetado oportunidades de empleo a los negros en la Isla, sobre todo en sectores codiciados como el turismo. “Como ocurre con frecuencia, la intensidad de los prejuicios raciales se relaciona directamente con cuán deseable es el trabajo”, suscribe de La Fuente.
El asunto parece más complicado y se enreda en los sesgos que trae consigo toda generalización. Algunas de las presuntas víctimas del blanqueo en el mercado laboral niegan que tal cosa ocurra y exhiben un vigoroso sentido de autoafirmación.
Piel negra: ¿un valor agregado?
En una de las esquinas de la Plaza Vieja, donde desemboca la calle Muralla, un animado restaurante cafetería, con decorado vintage y mistificación de los años cincuenta (Fidel, Hemingway, Coca Cola…) se desmarca de la exclusión descrita por académicos y activistas.
Bien. Cabe la posibilidad de que La Vitrola, un botón de muestra de la triunfante economía no estatal, se comporte como una isla en medio de un mar de prejuicios étnicos y culturales. Su empleomanía es multirracial, también equilibrada en género y en edades, aunque prima la juventud de los mozos.
José Angel es uno de ellos. Es negro. A los dieciocho años se estrenó en el puerto, atendiendo cruceros y yates como empleado de Inmigración y Extranjería. Ahora tiene veintinueve, domina el inglés y trabaja turnos de ocho horas en días alternos. “Aquí no exigen requisitos físicos. Ni por el color, ni por ser bonito o feo”, pero advierte, sin citarlos: “Hay lugares en que debes ser blanco”.
En La Vitrola, donde esta semana la reina del pop, Madonna, celebró su cumpleaños, los empleados tienen que exhibir rostros rasurados y pulcros. Ni tan siquiera un bigotillo es permitido, y el uniforme –pantalón negro y camisa blanca cruzada con tirantes rojos y rematada con pajarita de igual color– exhibirá una limpieza de monaguillo. “Tienes que tener una imagen de higiene, prestancia. Es un lugar que siempre está lleno. La mayoría son europeos”, dice José Angel y haciendo gala de sus buenas maneras, termina cortésmente la charla para atender a unas turistas recién llegadas de Canadá.
Desde su discreto puesto de observador, la escena ha sido monitoreada por alguien que dice llamarse Eloy, a secas. Alto, macizo, negro al igual que el mesero, es uno de los hombres de la seguridad de La Vitrola y responde al estereotipo de “negrón de discoteca”, esos que al levantarse dejan combado el sofá y cuyas manazas podrían darle trabajo de sobra a los cirujanos reconstructivos. Con los brazos cruzados, Eloy dialoga con OnCuba sin perder contacto visual con su perímetro de vigilancia.
“Mi función aquí es controlar el área. Que no existan problemas ni asedios a los clientes. No he tenido problemas serios. A las personas las trato con respeto y ellas son recíprocas”. Eloy tiene un pasado de custodio. No entra en tratos, ni en diálogo con los extranjeros. “Lo mío es la seguridad. Cuando piden direcciones, los remito al portero del lugar”, dice, en tono afable, pese a lo tronante de su voz.
¿El hecho de que seas negro, es un elemento a favor…? “No hombre, no. No creo. Eso va en la persona. No va en el tema racial, de si es blanco o negro, cualquiera puede ocupar esta posición”, responde convencido y por si las moscas, reconfirma su parecer: “Cualquier tipo de persona impone respeto y según su forma y su carácter, así lo valorarán y lo respetarán. Eso no va en la raza”.
¿Y este trabajo es todo el tiempo de pie? “Todo el tiempo. No me canso. Tengo 39 años y estoy de pie desde que tenía 18.”
Custodios de todos los colores

La guayabera de René Lázaro Gómez Sánchez es blanca y está impoluta. Le concede una dignidad emanante. Fornido y palabrero, tiene cuarenta y siete años y de acuerdo con la escala vernácula de la epidermis, es un “negro claro”. Hace catorce años es guardia de la Sociedad Gallega Rosalía de Castro, ubicada en un hollinado e imponente edificio de la calle Egido, a unas cuadras del Capitolio Nacional.
René ostenta un expediente deportivo. Practicó judo y boxeo. Pese a la conflictividad social de la zona, su trabajo transcurre sin muchos sobresaltos. Debe velar por que los clientes no entren “en short y camiseta, porque hay una escuela de baile de niñas”, o que porten o introduzcan, de contrabando, bebidas alcohólicas.
“Hasta ahora no he tenido que enfrentar actos de violencia”, reconoce y está en desacuerdo en que su condición racial ayude en la proyección del respeto. “Hay custodios de todos los colores. Los hay blanquitos y chiquiticos. Son luchadores, boxeadores, karatecas. Hay quien busca gente que sea grande, superior, corpulenta, para poder meter una llave. Pero eso no determina. Determina la bomba (corazón) de la persona y su inteligencia”.
Y remata: “Se busca otro tipo de dialéctica que traiga poder de convencimiento. No siempre la violencia. La violencia requiere violencia”, dice mostrando unos incisivos encasquillados en oro.
Falsos positivos
¿Puedo hacer algunas preguntas…?
¿Si no vamos a salir por algún canal de televisión subversivo?
A muchos les gusta el ardid retórico de responder con una pregunta. Ganan segundos para ponerse en guardia. Tal es el caso de Ernesto, custodio del restorán El Criollito, un negro atlético con gafas de lágrimas, mentón firme y guayabera planchada. Junto a él, dos custodios más. Frank, un mestizo de ojos claros y desafiantes, y René, un capirro o mulato blanconazo, si aplicamos la alucinante tipificación racial de los cubanos.
A diario los tres enfrentan un catálogo situacional diverso en este negocio de La Habana profunda. Unas veces es divertido, otras peligroso. Lidian, sobre todo, con timadores de turistas. Les hacen creer que El criollito es un restaurante de alta gama, cuando en realidad es un local con un bufet sin muchas pretensiones.
“Vienen personas con diferentes características: el que está en la calle sin trabajar, el que está jineteando, el delincuente, el que es un guía que tiene educación”, enumera Ernesto y afirma que “si pudiera trabajar en una oficina con aire acondicionado y con un lápiz pusiera números y ganara miles”, no estuviera “aquí parado doce horas”.
Igualmente da cuenta de conductas exasperantes. “Aquí vienen colombianos, mexicanos, rusos, que son pesadísimos cuando beben y gritan y hay que persuadirlos sin llegar a la violencia.”
La obligación más ingrata del personal de seguridad es impedir el robo de alimentos por los cocineros u otros empleados, a quienes deben revisar cuando entran y cuando salen. “Estamos aquí para cuidar los intereses de alguien, que paga para eso. Esa es la filosofía de esta vida”, resume René.
Los custodios deben ser altos, fuertes y negros para que sean más respetados. ¿No es así?
A coro, los tres desmienten la hipótesis, presentada con una dosis afirmativa para insuflarle un poco de mérito.
“El respeto no es por el tamaño, ni por el color de la piel, sino por la presencia. Si el custodio tiene mala apariencia, lo respetarán menos”, entiende Frank, el menos parlanchín del trío.
Según René, la psicología aplicada a situaciones de riesgo da buen resultado. “Aquí han venido negros altos, fuertes y feos y al final han tenido que coger su camino y portarse bien, porque uno le explica las cosas”.
“Cuando tu respetas a una persona, aunque te vea chiquitico, la persona te atiende y te escucha”, argumenta Ernesto. “Hay personas que son grandes, fuertes y no inspiran respeto”. Y procura una sentencia para sellar la plática. “En esta profesión lo que no se puede ser es cobarde”.
Casting racial
Pedro es dueño de una cafetería en el oeste de la ciudad y quiere negociar. “No pongas mi nombre y seré todo lo sincero que quieras”, propone a OnCuba, mientras exhala el humo de un Montecristo número cuatro e invita a un café.
Aceptado el trato tiene un par de cosas que decir: “Por su tradición pendenciera, por siglos de desventaja –recuerda la esclavitud– los negros están más aptos para enfrentar hechos de violencia o potenciales amenazas. Son tipos de la calle, toda la vida han tenido que sobrevivir en la calle y son unos malditos, en el mejor sentido de la palabra. ¿Y lo segundo?: “Que los blancos no están pa’ eso. Los blancos no se fajan”.
Propongo a este emprendedor, antiguo becario en Moscú como estudiante de ingeniería, la siguiente dinámica de opción. Dos hombres igualmente de fornidos, resueltos, íntegros y leales, con edades similares y experiencia en artes de defensa personal. Uno es negro, el otro es blanco. ¿Cuál es el favorito para cuidar tu negocio?
Frotando su antebrazo izquierdo con el índice de su mano derecha, Pedro responde sin titubear. “El color decide”.

En el censo de 2012, el último de los efectuados, de un total de unos 11,2 millones de habitantes, 9,3 por ciento eran de piel negra y 26,6 por ciento mestiza. El resto era blanca y los menos de todos, asiáticos.
Como la clasificación racial se dejó a la autoevaluación de los encuestados y no estuvo sujeta a criterios científicos, un investigador como Esteban Morales disiente de las estadísticas. Según este doctor en economía, más del 60 por ciento de la población cubana es no blanca.
Más allá de tales referencias, el color de las personas no aparece en ningún otro indicador del censo, lo cual es un disparate a los ojos de muchos investigadores y activistas raciales.
“Si le interesa conocer la tasa de fecundidad de las mujeres negras, cuáles son las profesiones en las que negras y negros están sobrerrepresentados o la cantidad de personas negras en puestos de dirección, sus preguntas nunca serán respondidas por un Censo realizado en la Cuba post-revolucionaria”, se lee en el blog Negra cubana tenía que ser.
“Nuestras estadísticas no pueden ser incoloras”, exige Esteban Morales. “Si tenemos un tres por ciento de desempleo, tenemos que saber qué color tiene ese desempleo. No es lo mismo ser blanco y estar desempleado, que ser negro y estar desempleado”, explica y revela que actualmente, contrario de los años ochenta, la mayoría de la población carcelaria es blanca, “porque son los blancos los que más están en el poder y tienen la posibilidad de corromperse en esas empresas de capital”.
Graduado de Economía Política en la universidad Lomonosov, de Moscú, y profesor por décadas de la Universidad de La Habana, además de fundador del Centro de Estudios sobre Estados Unidos, Morales es autor, entre tantos, del libro Desafíos de la problemática racial en Cuba, Editorial Fernando Ortiz, 2007, una deriva de su tesis para un segundo doctorado, esta vez en Ciencias Económicas.
Su trabajo de tesis enfrentó no pocas reticencias en el aparato académico, pues desde 1962 el pensamiento oficial considera el racismo institucional una práctica desterrada por la Revolución, respondiendo con ojeriza a su debate público. “El prejuicio y la negación de que el problema existe está en todas partes. El problema más grave que tenemos es que hay gente que niega el problema”, advierte el investigador.

Interesado en ilustrar a la burocracia en la necesidad de unas estadísticas con cromatismo racial, el doctor Morales se ocupa de tal asunto en la comisión José Antonio Aponte. Esa iniciativa de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) encara, desde la perspectiva cultural, los conflictos raciales en el país.
Nombrándose Aponte, la Comisión echó mano a la historia para blindarse de legitimidad ante cualquier impugnación. En 1811, setenta y cinco años antes de que se decretara la abolición de la esclavitud en la isla, un negro liberto, carpintero y tallador, José Antonio Aponte, encabezó un conato de insurrección inspirado en la república haitiana.
El movimiento aspiraba a la supresión del sistema esclavista y de la trata de africanos que para entonces había forzado a cerca de un millón de ellos a trabajar como bestias en la colonia cubana. Aponte fracasó. Fue ahorcado en 1812 y su cabeza mostrada en una jaula de hierro en La Habana como escarmiento público. En el imaginario de los blancos quedó por muchos años una frase, ya en desuso, para describir la vileza de alguien. “Es más malo que Aponte”.
Tomado de Oncuba.
El sector privado deberia ser una oportunidad para todos, es cierto que es muy competitivo, pero hay esferas en cuba en que los negros han logrado exito, como la cultura y el deporte, sobre todo este último.
entonces pienso que deberian aprovechar esta coyuntura de forma inteligente.
En general esto es algo que debemos hacer todos en cuba, crear una cultura de valerse por si mismos. aunque en el caso de los negros, quizás un racismo inverso pudiera aplicarse, en algunos casos, de alguna forma que no levante demasiadas ronchas en la sociedad. Yo soy más de la idea de que las personas tienen que liberarse por sí mismos, pero si a los negros los esclavizaron por siglos, creo que una ayuda extra es válida, a mi en lo personal no me molestaria para nada.
Por cierto, no solo es el negron de discoteca, tambien esta el personal de limpieza y las «tias de cocina» en los comedores publicos, por mencionar otros estereotipos. No creo que el color de la piel tanga algún impacto en si te contratan o no para servir el almuerzo en el comedor de una escuela publica. Eso tiene que ver con la formación profesional. Otro caso «curioso» es en la medicina. Puedes encontrar un porcentaje mayor de negros enfermeros, que de negros doctores. Alguien una vez me dijo (de piel blanca) que preferia las enfermeras negras a las blancas, pues las blancas tienen el complejo de que no llegaron a ser doctores, pero las negras asumen ese trabajo con orgullo y lo hacen mejor.
Por cierto, el termino de blanco nunca me ha gustado, a mi me dicen blanco, pero blanco no soy, negro tampoco, en los formularios donde hay que poner la raza me gusta poner mestizo, pues qué otra cosa seré? en cuba hay mucho mestizaje, pero me pasa muchas veces que la persona que recive el formulario contrae el rostro, como molesta, ya sea de la raza que sea, pues en cuba mestizo se les dice a los que en su mestizaje tienen el negro, y piensan entonces que yo o estoy jugando o me estoy burlando.
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Muy muy interesante tu comentario. Ahorita te comento largo. SLDS
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Arian, tu comentario es muy rico que da para varios post. Por ahora te voy dejando esto mío que ha salido hoy en El Toque: https://eltoque.com/blog/hay-racismo-estructural-en-cuba
Me interesa saber tu opinión. Abrazo
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