Sin duda alguna existen innumerables definiciones de discriminación racial. No obstante, todas coinciden en el rechazo manifiesto o encubierto a personas con determinada identidad racial o étnica. Cada día se incorporan nuevas y más sofisticadas maneras de expresar el rechazo por determinado grupo social.
En la Cuba del siglo XXI y bajo las nociones de “color cubano”, “quien no tiene de congo tiene de carabalí” o del ajiaco han surgido variantes muy sofisticadas del racismo que el intelectual cubano Roberto Zurbano denominó en uno de sus textos como “neorracismo”.
Sin embargo, en el post de hoy propongo hablar de aquellas manifestaciones de racismo estructural, o sea, aquellas que se manifiestan en los organismos, instituciones, organizaciones y que impiden el ejercicio pleno de los derechos de las personas negras, en este caso.
Se impone entonces una anécdota. En el año 2011 participé en la Cumbre Mundial de Juventud Afrodescendiente en San José Costa Rica y en el seno de ese evento una funcionaria de Naciones Unidas, cuyo nombre no recuerdo, ofreció una conferencia sobre el racismo estructural.
En aquel entonces yo, como la mayoría de los cubanos y cubanas pensaba que la discriminación racial en Cuba era una cuestión de estereotipos, mitos, creencias y actitudes. La conferencista planteó un argumento muy básico pero contundente que me permitió comprender el funcionamiento del racismo estructural: cuando nos digan algo como “eso siempre ha sido así”, ahí mismo está racismo estructural o institucional, pues es la estructura (valga la redundancia) la que reproduce la discriminación casi como si fuera natural cuando no lo es. Vayamos a un ejemplo:Varios activistas han denunciado en múltiples ocasiones la sobre-representación de las personas negras en las cárceles cubanas. Y sabemos que no existe ninguna razón biológica que lo justifique. Estas personas pertenecen a los grupos poblacionales históricamente excluidos de los centro de poder económico, lo cual aumenta su vulnerabilidad a cometer delitos. Sencillamente “la soga siempre se rompe por el lugar más débil”, diría mi madre.
Otro caso es el de las universidades blancas, tema que recientemente abordó la revista universitaria Alma Mater. Desde hace muchos años, no desde ahora, los centros de altos estudios de la isla han estado pobladas, fundamentalmente, por personas blancas. Entré en la universidad hace 25 años y ya era así y en los últimos años, este fenómeno se ha hecho aún más visible. Podríamos discutir hasta el cansancio las causas, pero de que la educación superior reproduce la discriminación racial no tengo ninguna duda. Además me atrevo a decir que ahora mismo la clase social también está jugando su rol. La diferencia de raza y de clase constituyen elementos fundamentales a valorar en este aspecto.
Un tercer caso que necesita un análisis urgente es el rol que ocupan las personas negras y mestizas en el cuentapropismo, el cooperativismo, etc. En bares, paladares, cafeterías, dulcerías, por solo mencionar las que están dentro del sector gastronómico. Es común no encontrar más de una persona negra y en muchas ocasiones es el custodio del establecimiento o quien lo limpia. En mi opinión, no porque sean iniciativas privadas dejan de reflejar el racismo estructural, pues constituyen una expresión más de lo que a nivel de la sociedad acontece, donde fenómenos como la migración (fundamentalmente blanca y a expensas de quien tenga la financiación de muchas de estas iniciativas) son definitorios.
Podría seguir ofreciendo ejemplos de racismo estructural. Sin embargo, le propongo hacer un simple experimento, cuando entre en un hotel, cuando coma en una paladar, cuando vaya a un ministerio, fíjense qué puestos ocupan las personas blancas y cuáles las negras. Por último, si tiene un familiar que estudie en una universidad pregúntele sobre el color de la piel de sus profesores. Saque entonces sus propias conclusiones.