SOY GORDA y me costó años “darme cuenta” de eso.
Desde la adolescencia resalté entre mi grupo, no solo por mi color de piel, sino también por la talla de ropa. Cuando Celita, Idelis o Alis usaban la talla 12 yo iba ya por dos más arriba.
También tuve tetas desde chica. Las otras muchachas podían saltar, virarse al revés, estar sin ajustadores o llevar una sencilla camiseta, muy populares en los `90. Yo, ni pensarlo; tenía que andar con sumo cuidado para que las tiras del ajustador no se me rompieran. Una idea recurrente me martillaba el cerebro: tener que amarrar aquel trozo de tela como pudiera mientras aparentaba total normalidad.
Mi cuerpo era feo, juraba yo. Me volví un caracol para no mostrar cómo la naturaleza lo había bordado. Por causa de las tantas vueltas de mi columna vertebral nunca pude hacer deporte con el resto del grupo. En su lugar asistí a “Cuerpo Roto”, como se le decía en mi preuniversitario a la fisioterapia. Allí, mientras hacía estiramientos, encontré cierta paz. Eran 45 minutos a solas conmigo misma, disfrutando mi existencia. Tenía entonces 16 años.
Diez años después hice operar mis tetas. Me dolía la espalda y no podía con tanta incomodidad. Bajé de peso por primera vez en mi vida, tal como requería el procedimiento preoperatorio. La intervención fue un éxito. Comencé a usar tallas “normales” y camisetas escotadas. Instrumentalmente pasé a sentirme cómoda. Había resuelto uno de los problemas de mi vida.
Viví entonces varios momentos de adelgazamiento, bajo la presión social de que la gordura significa enfermedad. En Cuba la gente tiene una idea fija con el peso: si estás flaca te invitan a darte hartazgos; si estás gorda, a que hagas ejercicios. En Alemania las personas no reparan en eso, ni siquiera los médicos. Jamás he recibido una recomendación relacionada con mi peso. El neoliberalismo tiene sus cosas buenas.
Junto a la conciencia de mi gordura, llegó también el deseo de no combatirla. SOY GORDA y a veces me lo digo entre dientes, otras lo grito a voz en cuello. El mundo no es solo de gente delgada y muchas personas con tallas inferiores a la 14 padecen enfermedades. Ni la delgadez ni la gordura son sinónimos de salud o enfermedad.
Mi existencia no se circunscribe a la talla 20 de pantalón y la 100 de brassier que actualmente uso. Amantes y amigas me ayudaron a percibirme bella. Ellas, todas mujeres, destejieron la inseguridad y el rechazo a mi cuerpo acumulado durante años. Me mimaron y desearon.
Escogí mi propio espejo y me dejé tomar fotos desnuda. Mis ojos pudieron “tocar” partes que no conocía de mi cuerpo. Mi espalda es fuerte y carga el peso de la herencia familiar. Mi columna sinuosa aún deja ver el sufrimiento, pero ahora la asumo como estandarte.
SOY GORDA, soy negra, soy cubana, soy feminista… soy persona. Sencillamente SOY.
Publicado en eltoque.com
Pues si, uno debe enamorarse de uno mismo, amarse como se es sin contemplación y con la mano en la cintura. La salud es una cosa y lo que Natura nos ofrece es otra. De cualquier forma, el cuerpo humano ha sido moldeado por millones de años durante la evolución y tiene sus propias reglas, generales y singulares, es bueno no olvidarlas para no padecer. De cualquier forma, es lo único que realmente nos pertenece. Hay que cuidarlo para sentirnos bien y mantenerlo fuerte y saludable. Lo que hagamos con él sólo le compete a quien lo lleva. La mente es lo más importante, aceptarse, quererse, amarse así como somos y como nos sintamos bien, una vez logrado eso, el cuerpo es lo de menos.
Yo conozco a una muchacha que de tanto cuidar su cuerpo en todos los sentidos, ha quedado con la mente vacía, si uno mira ahí sólo ve aire y nada. Es una de las personas más infelices que conozco: sin amor, sin familia, sin amigos ni nada. Es, como decía el Principito, un Hongo. Y no es negra, ni gorda, ni cubana, ni feminista.
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