Testimonio: Esta es la historia de cualquiera de ustedes


 

Por Lucía

Estoy sola en un aeropuerto. El viaje es largo; hay tiempo para reflexionar. Entro a las redes y quedo sorprendida. Un grupo incontable de amigas y conocidas de distintas etapas de la vida, se unen de manera más o menos espontánea, a la campaña: “Yo también”. Curiosamente, todas ellas son cubanas. Le consulto a la Negra linda, si tiene a bien publicar el relato de mis vivencias sobre este tema. Como siempre, su respuesta me da la fuerza que necesito para contar.

Hago memoria. Voy reconstruyendo sucesos a flashazos. Estos son temas sobre los que muchas veces, intentamos olvidar. Borrar parece un buen recurso para no sufrir, o al menos, para que esa pena sea menos consciente. Me lleno de valor y lo intento. Ya no me siento sola cavilando, entretejiendo pensamientos, experiencias, causas… Cientos de mujeres como yo, hoy se han atrevido a poner en Facebook, públicamente, que han sufrido en algún momento de sus vidas, acoso o violencia sexual. Las admiro por su osadía y su dignidad. Y pienso, que tal vez, si aún yo viviera en Cuba, no sería capaz de semejante confesión pública. No digo mi nombre, porque hacerlo, significaría la imposibilidad de volver a pisar mi país. En consecuencia, me veo obligada también, a matizar algunos hechos.

Decidir vivir lejos de mi tierra ha traído a mi vida múltiples revelaciones. Algunas de añoranza, tristeza y soledad. Otras de desaprendizaje positivo, de experimentación, de tolerancia. Entre ellas, las que con más orgullo siento, son las que se asocian a cierta liberación sexual, respeto a la diversidad, amor a los seres humanos sin detenerme en la naturaleza de sus genitales, equidad de género… Ahora puedo disfrutar del autoerotismo, sin remordimientos. Me siento en ese aspecto, liberada. ¡Es una sensación que no tiene precio!

Vengo de una familia cubana como otra cualquiera. Con conflictos y afectos, pero en la balanza sería injusto no reconocer, que han pesado más los bienestares. Mi madre es una mujer emancipada, según los cánones de la Cuba de hoy (no exactamente, del mundo de hoy). Mientras más pasan los años, más me advierten el inevitable parecido con ella, en todas las esferas de la vida. Mi padre es un ser humano extraordinario, cuyo único defecto, a mis ojos, es la homofobia consustancial a su generación. Tengo muchas abuelas de sangre y adopción. Casi todas vivas. Muy diferentes entre sí, pero hijas de los tiempos en que les tocó nacer y vivir.

Debo agradecer que en Cuba tuve una educación de élite, gracias a la cual, soy quien soy. Sin embargo, nadie nunca me habló de género en la escuela, ni de equidad, ni de emancipación auténtica, ni de derechos y diversidad sexuales, ni de placer, ni de la posibilidad de revelarse contra el machismo. A duras penas, me mencionaron aquel asunto inevitable de la menarquía y la reproducción. Fui una niña del período especial. La primera vez que me acerqué a estos temas, ya estaba en la universidad.

Y ha tenido que llegar el día de hoy, a las puertas de los temidos ´TA, a miles de kilómetros de mi tierra, en la distancia de mis seres más queridos, para que yo misma provoque una reflexión interior, sobre lo que soy y lo que siento como mujer, pero sobre todo, respecto a lo que me quiero plantear como proyecto de vida.

No tengo la menor idea de cómo será el futuro. No me veo atada a una relación de pareja para toda la vida, donde una de las partes, o ambas, puedan representar una cortapisa para la liberación personal de la otra. Quizás sea, porque en mi entorno inmediato, no me constan demasiados ejemplos de matrimonios felices.  Francamente, la institución del matrimonio ahora mismo no me impone ningún respeto, aunque me encantaría que mis amigos y amigas gays que así lo deseen, se pudieran casar en mi país. Ni siquiera sospecho en qué sitio del mundo estaré en los próximos cinco años, ni si tendré un trabajo, o un sitio donde vivir.

La idea de la maternidad no me atrapa lo suficiente. Hoy es tan egoísta decidir tener un hijo, como decidir no hacerlo. Quizás prefiera adoptar a uno ya nacido, a quien pueda ayudar a proporcionar, un mejor porvenir. Si tuviera una niña, tal vez le pondría como una hermosa canción de Serrat. Quizás me anime a parir hijos, pero solo lo quiero hacer cuando crea que no le trasmitiré, los mismos modelos patriarcales de los que no he podido siquiera yo librarme.

Pero algo sí tengo muy claro: quiero dedicar mi vida a ayudar a la gente, a involucrarme en proyectos concretos, que puedan impulsar pequeños cambios. Quiero tomar la  palabra por las vías posibles, para que el mundo, sea menos injusto, menos machista, menos homofóbico, menos falocéntrico, menos discriminatorio, menos infeliz, menos capitalista… Quiero aportar, fundamentalmente, a la causa de las mujeres, y de todas las comunidades menos favorecidas, minorías y diversidades.

Desde los 13 años, por las formas físicas de mujer, que aparentaba más edad, soporté sin quejarme las miradas que te desnudan y piropos groseros de muchos hombres, de todas las edades, de todas las religiones, formaciones, estatus sociales, cargos públicos y militancias políticas. Recuerdo evitar las aceras donde estaban hombres reunidos. No haré mención de los masturbadores públicos que gozan de total impunidad, porque ello merecería un artículo aparte. Si en 26 años en Cuba tuve 7 desafortunadas coincidencias de ese tipo, es porque la probabilidad de que le suceda a cualquier mujer en la calle, es altísima. Todo no se cura con piercings y tatuajes, como creí en la adolescencia. Hay heridas profundas del alma que es preciso exorcizar como demonios.

Tuve mi primera relación sexual a los 15 años, con alguien que me doblaba la edad. Aquella primera escaramuza de amor frustrado, generó una batalla campal entre familiares y aquel muchacho, al que hoy me une, cierta amistad. Nunca primó el diálogo ni la negociación. Como consecuencia, a los 14 años, intenté atentar contra mi vida, para advertir a mis seres queridos. Sobre la pérdida de mi virginidad, no me vi capaz de decírselo a mi madre, hasta dos años después, y me respondió que me perdonaba por no habérselo contado antes. Mi madre. La mujer que más amo en el mundo, y la que más me quiere a mí. Afortunadamente, con mi hermana menor, todo ha sido bastante diferente.

Llevo años intentando ordenar las cosas en mi mente. Tratando de comprender por qué soy intelectualmente tan capaz de identificar una agresión contra una mujer, y tan incoherente para hacer valer esos principios en mi propia vida privada. Esa es una lucha conmigo misma, de cada día, para reeducarme, para asumir el desafío personal de identificar esas prácticas y desterrarlas de una vez. Es curioso mi descubrimiento reciente, de ¡cuán machista he sido tantas veces! Eso no es algo que venga en el ADN, o al menos, eso espero profundamente. Pero sí, tiene mucho que ver con la educación que hemos recibido desde niñas, por nuestras madres, nuestras abuelas, que son tan cariñosas y protectoras, como reproductoras del patrón machista hegemónico, que parece eternizarse a través de la educación.

Hace mucho quiero entender, cuál es la causa raigal de mi inseguridad en la pareja, de mis miedos, mis frustraciones, mis actos de sumisión, la pérdida de mi autoestima, la repetición de patrones erróneos, mi sentimiento de inferioridad emocional… No desestimo el trasfondo biológico-funcional de todas estas percepciones y actitudes. Sin embargo, siento, que en mi caso, y el de muchas mujeres que me rodean, la mayor barrera está en el aspecto psico-social. Cada día tengo más evidencias científicas y experienciales, de la profunda huella que dejan, para toda la vida, en la psiquis de un niño o niña, las vivencias en el plano emocional y físico, y significativamente, en el terreno de la intimidad sexual.

Me es imposible ofrecer mayores detalles, y reconozco, que hay heridas de la batalla de la vida que el tiempo va sanando y la madurez es capaz de compensar. También soy consciente de que soy responsable de muchas de las consecuencias que he sufrido, a veces por cobardía, otras por exceso de audacia. No me siento especialmente orgullosa del sufrimiento causado a otras mujeres por entablar con sus parejas, un vínculo de infidelidad. Tampoco creo que los seres humanos, hombres y mujeres, podamos ser inmunes totalmente a prácticas como esta. Me arrepiento de no haber contado a una amiga, la forma asquerosa en que se me encimaba su pareja.

Recuerdo que a los 13 años escribí un texto que debía leer en público en un evento importante, y la profesora designada, líder del grupo, decidió censurármelo, por una ligera mención a la educación sexual de los niños y niñas en Cuba. A la noche siguiente, el esposo de esa maestra, tocó la puerta de mi cuarto de madrugada. Por fortuna sentí miedo y no abrí.

No voy a olvidar nunca que tengo una prima lesbiana, que es la ovejita negra de la familia, y a la que muchos discriminan por santera, pero sobre todo por “tortillera”, sin importar la persona tan bella que es. En broma siempre digo que soy lesbiana de alma, aunque no de cuerpo. Siempre recordaré a mi amiga de Pinar del  Río, a quien nunca más vimos  vestida de corto, acribillada a puñaladas frente a su hija por su exmarido, quien no cumplió sanción, porque tenía un “padrino” en las altas esferas, que le buscó un certificado de trastornos mentales.

Tampoco paso por alto, mis charlas con mujeres, altas dirigentes de la FMC, excelentes seres humanos, pero de las que tomé distancia, porque no quería parecerme a ellas, por su evidente ignorancia y prejuicios en múltiples temas asociados con el rol de la mujer en la Cuba de hoy. No las juzgo. Son resultado de lo que han vivido. Todavía me cuesta entender que el verbo “ayudar” en la casa, a la mujer, debía estar prohibido, porque no es más que cumplir con el deber y la responsabilidad que a cada quien corresponde en la convivencia. He debido cruzar el océano para sentirme realmente, en condición de iguales, en un vínculo de cualquier tipo con un hombre. Hoy vivo con uno, compartiendo apartamento, tranquilamente, sin ningún otro tipo de lazo, algo impensable antes por mí.

Pero hay cosas que recuerdo como si fueran hoy. Una es el intenso acoso vivido a los 17 años por un oficial de alto rango. Pensé muchas veces en denunciarlo. Pero eso hubiera costado a mí y mi familia, demasiado. El sentido común me hizo defenderme como pude, sobrevivir a aquella experiencia intentando naturalizarla. Y eso es lo peor, permitir que el contexto social nos haga naturalizar lo inadmisible. En aquella etapa, justo, estaba en consulta en CENESEX para investigar un severo dolor en las relaciones sexuales (dispareunia) del que nunca se supo las causas. Pero: ¿a dónde una muchacha como yo, podía ir a denunciar el acoso que estaba viviendo? ¿Quién tenía más posibilidades de salir peor parado de aquella situación? Callé. Seguidamente vinieron otros actos similares, en el mismo entorno o similares, con personas diferentes. Pero ya había generado mis propios mecanismos, como muchas otras mujeres, para evadir esa situación, o afrontarla como pudiera, sin hablar a nadie. Es curioso. Es la primera vez en mi vida que hablo de estas cosas con alguien que no sea yo misma.

¿A cuántas cubanas como a mí, se le presentaron ofrecimientos de escalar posiciones en sus centros de estudio, sus trabajos, las organizaciones a las que pertenecían, etc., no precisamente gracias al sudor de su esfuerzo en el plano profesional y social? ¿Cuántas hemos caído, sin ver alternativas más allá, o envueltas en el idilio de la pasión y el romance? ¿Cuántas, hemos, al menos, a veces, resistido lo más posible? ¿Tiene Hollywood que destapar un escándalo como el de estos días, para llamarnos a capítulo sobre un tema tan vital para nuestra dignidad y autorrealización?

Algo sí tengo claro. Cuando las mujeres estamos mal, no hay mejor refugio que el alma de otras mujeres. Mirarnos en su espejo. Desatorar juntas esas cosas sobre las que nunca hablamos, y que están en la esencia de nuestra felicidad. Sentirnos libres. Querernos. Ser un poco egoístas. No pensar tanto en los demás y hacerlo más en nosotras mismas. Pero sobre todo, COMUNICARNOS y saber que no estamos solas. ¡Siento tanta felicidad por mi pareja de amigas que pronto serán madres!

Hace años, cada vez que tengo una pareja (de las unas cuantas que he tenido), y la relación se termina, pienso: el próximo será mejor. También, me digo: “Ahora seré una mujer más grande todavía, una mujeranga, para que fulano vea lo que se perdió”. A veces, también pienso egocéntricamente, que es bastante improbable que las mujeres hallemos un compañero en la vida, que esté a nuestra altura espiritual. Creo que, en especial, a las mujeres con ansias de emancipación, nos es más difícil conseguir estabilidad en la pareja, en un mundo diseñado por y para los hombres. Tengo una amiga que dice que en el caso de los hombres cubanos, son genéticamente infieles. Quiero tener esperanzas de que no.

Tampoco se me olvida que podía haber obtenido con mucha más facilidad, mi licencia de conducción, de haber aceptado ciertas proposiciones de los oficiales que examinan. A los 23 años me interrumpí un embarazo no deseado. En mi familia, casi nadie lo supo. Fue uno de los episodios más traumáticos de mi vida. Todavía me indigna recordar aquel día en que dos oficiales jovencitos de la PNR me tiraron por la planta para verificarme, por bajarme de un almendrón a las 11pm en la esquina de mi casa, con un camisero de mezclilla un poco corto y ajustado.

Últimamente, ha llegado a mi vida, sin querer, una de las experiencias más duras que me ha tocado, sobre todo, por ocurrir en un momento, donde no dispongo del abrigo protector de mi familia y amigos más próximos. Quizás por ello estoy siendo capaz ahora de escribir este texto. Conocí a un hombre cubano, emigrado como yo, con el que viví un auténtico capítulo de maltrato psicológico. Ya más recuperada, me doy cuenta que fue un proceso descrito en la literatura científica. Vamos a decir: de manual. Yo, que creía, que a las mujeres de mi nivel intelectual, era imposible que algo así les sucediera. Sé que ni siquiera él es consciente de la naturaleza de sus actos y su personalidad. Durante meses, soporté todo tipo de vejaciones, chantajes emocionales, adjudicación de culpabilidad, amenazas, maltrato sexual, persecución… Hace cinco meses perdí a mi mejor amiga de cáncer de ovarios, el mismo maldito cáncer que amenazó con llevarse a mi madre. Mi amiga murió por darse por vencida, porque fue negligente, porque se sentía sin motivos para vivir.

Como consecuencia de todo junto, vinieron las crisis de pánico, ansiedad y depresión, el estrés postraumático, y la necesidad de ser tratada clínicamente. Hoy he recuperado las ganas de vivir, la conciencia de mí misma; trabajo por elevar mi autovaloración y me empeño en conseguir un autoconocimiento más profundo. Lograr librarse del autocompadecimiento, es sumamente complicado.

Las cosas que cuento podrían haberle pasado a cualquiera de las miles de mujeres que hoy se han atrevido a decir: “¡Yo también!”. Muchas de ellas son cubanas, el país de la educación gratuita, los derechos de la mujer, igual sueldo para ambos sexos, etc. Pero también un país donde apenas existen recursos legales para proteger a la mujer de la violencia de género en cualquiera de sus manifestaciones. Un país donde un hombre le pega a una mujer en la calle y nadie interviene, porque según reza el proverbio popular: “entre marido y mujer nadie se debe meter”. Un sitio donde hay policías corruptos, cómplices de la prostitución, y aunque en discreta medida, también hay prostitución infantil. Un lugar donde los homosexuales y transexuales son frecuentemente discriminados. En particular, las lesbianas, doblemente invisibilizadas, por su preferencia sexual discordante con los cánones dominantes, y por ser mujeres. Un país donde si cambias de novio, a la mitad del ritmo con que los hombres cambian de novia, eres, sencillamente, una puta. Un país donde hay mucha gente que se ha visto obligada por sus circunstancias, a vivir con varias morales de forma simultánea, y a aprender a manejarlas a conveniencia. Un país donde ser negro, puede ser un problema serio. Una sociedad que ha diluido demasiado las libertades individuales en un amasijo de colectividades nulas. Una sociedad donde muchos líderes y dirigentes, hombres y mujeres, no tienen una mínima conciencia de equidad de género y respeto a la diversidad. Una nación donde las mujeres somos trabajadoras, cabeza de familia, cuidadoras, domésticas, y además, hemos de ser presumidas, sensuales y seductoras.

Viví más de un año con una pareja que me resultaba sexualmente vomitiva, solo por temor de regresar a mi casa, producto de la falta de libertades que eso implicaba. No deseo a nadie en el mundo que se permita pasar por una situación como esa, donde el asco y las náuseas dominan tu cuerpo, y la simulación y la culpa, gobiernan tu mente. Donde ya no te quedan pretextos que inventar y una y otra vez, te sientes violada, en silencio.

Existen muchas causas históricas y sociológicas. La dominación de siglos, el subdesarrollo, y los atavismos del modelo cultural latinoamericano, no son fenómenos que se consigan resolver de un día a otro. Como todo cambio cultural exige décadas, pero ya es momento de rectificar muchos errores que han marcado la vida de generaciones, la única vida que tenían. Un país donde se cumple muy bien ese principio que le escuché a una amiga de mi madre: “No hay nada más afrodisíaco que el poder”. Si en algo estoy de acuerdo 100% con Raúl Castro, es que un país donde más mujeres gobiernen, sería un país infinitamente mejor. Y me siento con el derecho de hablar así, porque Cuba es, y será siempre, mi más sublime obsesión.

Me abrió los ojos una vez, una amiga de Chile, que al ver la forma en que se dirigía a mí un conocido de trabajo, me dijo: “Eres muy tolerante. Por mucho menos que eso en mi país yo le habría denunciado por acoso laboral”.

Una vez hice una lista de todas las razones por las que podía sentirme, ocasionalmente, discriminada: por joven, por mis creencias religiosas, por mis libertades sexuales (reconozco a veces, que me gusta demasiado la adrenalina), por mi particular modo “libertino” de ver la vida, por mi filiación política, por gorda, por abelardita, pero sobre todo, y significativamente, por mujer. Somos humanos, tenemos derecho a los contrastes.

Por eso, animo a todas las mujeres que lean esto a que aprendan a ser asertivas, a entrenarse para saber decir que no, con la boca bien abierta, y a que compartan sus historias, revelando una red invisible que nos hará a todas más unidas y más fuertes. Duele mucho ver a amigas maltratadas, volver a caer en ese círculo vicioso del infierno, sin encontrar escapatoria, permitiendo que mantengan su vida secuestrada. No me considero feminista, pero creo que a las mujeres ante todo nos toca velar por nuestros derechos, al menos, en la misma dimensión, en que, casi siempre, vivimos preocupadas por cumplir con nuestros deberes.

Se va acabando mi viaje y ahora mismo, me duele hasta la última célula del alma y del cuerpo. ¡Es tan duro rascar las cicatrices! Pero por otro lado me siento liberada, creo que mis palabras pueden ser útiles a otras mujeres, pienso que es justo ofrecer mi testimonio… Tengo las herramientas para hacerlo, en un contexto, en que muchas mujeres, por las más diversas razones, están silenciadas y pisoteadas. A los hombres siempre los he amado, y espero continuar haciéndolo. Eso sí: prometo querer más a los que hacen suya nuestra causa. Sobre ellos, también pesan, incontables estereotipos de masculinidad, que les colocan el mundo a sus espaldas. Nosotras también debíamos apuntarnos a esa causa.

No sé si consiga dormir esta noche, pero ya habré mandado este mail a mi Negra linda, y para sanar bien, a veces, hay que limpiar toda la costra podrida que está en el fondo. Perdón por lo distendido. Ojalá no suene demasiado autosuficiente, o victimista. En todo caso, vale la pena asumir el riesgo. No hay elucubración cerebral. Está escrito de una única sentada, tal como se podían hilvanar malamente las ideas. Si algún día me animo a escribir un libro, este texto será, sin dudas, la primera minuta. Directo de mi corazón. Espero llegue al de ustedes.

Yo, pero podría ser cualquiera de ustedes.

Foto de portada: Angela Schlafmütze

2 comentarios sobre “Testimonio: Esta es la historia de cualquiera de ustedes

  1. Lucía, coincido con casi todo lo que dice, sin ánimo de dar la impresión de que si las desgracias ajenas son mayores tenemos que estar felices, pero si compara a Cuba con respecto a otros países de A. Latina verá que la situación de la mujer es infinitamente mejor, un ejemplo, las cifras de feminicidio de Cuba con respecto a los países centroamericanos son muchísimo menores, y hablamos de países que por lógica tienen una identidad cultural patriarcal y machista común con Cuba mucho mayor que la que pudiera tener un país europeo o de norteamérica, ya ud mencionó el aspecto de los salarios, que no solo es un fenómeno de A Latina, en EEUU, siendo la primera economía mundial,hay discriminación salarial por motivos de género. Por supuesto, aquí hay muchísimo por hacer todavía, no sé cuantos años hace que está fuera de Cuba, pero se sorprenderá si ve la espontaneidad con que se conducen los homosexuales, transexuales, intersexuales y lesbianas en comparación a hace solo 10 años, y sin que me consideren retrógrado o conservador, a veces en forma exagerada.

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