Por Roberto Zurbano
Sin la poética de Georgina Herrera la literatura cubana del siglo XX no tendría una estética de la maternidad tan sensible, sufrida y generosa como las letras y la vida que ha tenido y sufrido, y de la cual ella anda orgullosa por cada rincón de la vida. Esa razón es suficiente para que su pequeña luz nos ilumine por dentro y por fuera, del pasado hacia el futuro, y también desde el silencio hasta los días más ruidosos.
Nuestra Yoya, Georgina, es la modestia misma, es la esperanza que nace todos los días de los peores momentos de la vida. Ella es una poeta cuyo discurso lleno de sencillez y autenticidad atraviesa sesenta años de escritura, consecuente con su vida, de la manera en que la ha vivido y desde la paciencia que ha tenido para ver pasar el mundo ante sus ojos, colocarse ante sus pies, sin que los malos pensamientos alcancen su cabeza de reina coronada por su conciencia de mujer negra que perdona, pero no olvida las humillaciones de la historia y del presente a su gente y a su familia grande.
Su primer libro fue publicado por Ediciones El Puente, el primer grupo literario alternativo de la Revolución, donde su cuaderno G.H., la colocó para siempre en las letras cubanas de la Revolución sin grande exaltaciones, ni militancias, ni escándalos literarios, solo con sus versos debajo del brazo, hablando de sí misma, apenas en un tono menor, casi en un susurro que ninguna algarabía ha logrado callar. Hay una fuerza descomunal en sus versos que podrían sorprendernos, por lo cual nadie debe acercarse con paternalismo a esta poetisa, sino con el mayor respeto y veneración. Entonces su poética se vuelve surtidor, escudo, espada…. Ella provoca lecturas varias, rotundas, que van creciendo con el lector, con el tiempo y con el conocimiento de un mundo silenciado que ella nos abre con toda fuerza y generosidad, reivindicando los saberes afrodescendientes en la vida cotidiana y en la historia, sembrando para el futuro una semilla que se multiplica en cada uno de sus poemas.

Georgina Herrera es una mujer grande que salió de Jovellanos, su pueblo natal, casi adolescente para colocarse de empleada doméstica en una casona de la capital. Allí en su tiempo libre estudiaba, leía y ejercía sus primeros versos. Le sorprendió la Revolución en esos menesteres y sus versos florecieron entre gente joven como ella, llenas de sueños y esperanzas. El Puente fue su espacio fundacional, pero su obra no se detuvo, anda y desanda dentro y fuera de Cuba, ha sido querida, premiada, traducida y elogiada en todas partes. Su obra se explaya en nuevos caminos, muchos estudiosos y estudiosas le aclaman, su obra comienza a hacerse universal desde su sencilla condición de mujer negra, madre cubana y orgullosa de su lugar.
Ese lugar de la Yoya también nos corresponde y enorgullece. Es la razón por la cual EL CLUB DEL ESPENDRÚ otorga a Georgina Herrera la Condición de Miembro de Honor. Es la poeta cubana más sencilla del último siglo. La más paciente y emotiva, quizás la más consciente de la simultaneidad del sufrimiento y la alegría, de la fugacidad de lo terrible y la permanencia de lo amable. Su mirada limpia y tristísima extiende su maternidad hacia la gente y las cosas sensibles. Sus versos nacieron iluminando la pobreza real, atravesando discriminaciones y otros pesares hasta revelarnos el envés de lo domestico y convertirse en reina cimarrona, mensajera de nuevas sublevaciones del corazón y la esperanza.
Foto de portada: Onel Torres Roche