Por Leidys Emilsen Mena Valderrama
Serena Williams no es una simple jugadora de tenis, Serena es la representación de un grupo étnico históricamente excluido y marginado.
Mi amor incondicional con Serena es porque hizo frente a una clase social extremadamente rica y racista, para quienes su presencia en el tenis siempre ha sido incómoda; Serena desde las canchas de tenis combate el racismo, el sexismo y la misoginia, es la única jugadora que cuestiona el establecimiento y devela las injusticias que se cometen, y aunque su talento para jugar es inigualable y extraterrestre, para mí su mayor hazaña es que haya develado los abusos que se comenten contra mujeres y personas negras, en nombre de este deporte.
Las hermanas Williams (Venus y Serena) llegaron al tenis mundial y se convirtieron en referentes para millones de niñas negras. Ellas, al ir a las canchas con sus pelos trenzados, con sus moñas de colores, con sus chaquiras, posicionaban la belleza y la estética de las mujeres afrodescendientes. Entrenadas por su propio padre y siempre acompañadas de su mamá redefinían el concepto de familia, evidenciando que ellos estaban por fuera del común denominador que mostraba la televisión gringa, en donde predominan el estereotipo familias negras que siempre eran un desastre.
La primera tenista negra que ganó un Grand Slam fue Althea Gibson. Durante toda su carrera fue discriminada por ser negra, murió en 2003 a sus 76 años sumida en la pobreza absoluta, borrada de la historia, después de que fue ella quien abrió las puertas del tenis a Arthur Ashe y a Yannick Noah, dos afroamericanos referentes del tenis.
Ellos también sufrieron el racismo; pero sólo Serena Williams, muchos años después, fue la que alzó la voz. No únicamente por ella como mujer negra, sino también por todas las mujeres, atreviéndose a develar los pagos injustos que ellas reciben, reclamando igualdad de salarios, denunciando públicamente la violencia de género en el tenis. Serena es más que una heroína.
Por otro lado, Naomi Osaka es muy buena jugadora; sin embargo, está muy lejos de ser el reemplazo de Serena Williams. Ni Naomi ni ninguna otra jugadora de tenis ha dado las luchas que Serena Williams viene dando en el tenis durante más de veinte años.
A Osaka no se le ha escuchado, ni siquiera, defenderse de la prensa que ha pordebajeado su color de piel y su etnicidad.
Queramos o no, tendremos que agradecer a Serena Williams por abrir las puertas del tenis a más personas negras y por exigir lo justo para todas las mujeres.
Foto: Beth Wilson. Reproducida bajo licencia Attribution-NonCommercial-NoDerivs 2.0 Generic (CC BY-NC-ND 2.0)
A mi ver, mucho de lo que escribe está en lo correcto, menos la parte de «amor incondicional» porque limita el territorio de la ilusión romántica, que es exactamente lo que es: ilusión. Porque si Serena es «la representación de grupo étnico históricamente excluido y marginado», entonces su conducta egoísta y violenta en la cancha de tenis también es la representación de ese grupo, y eso no lo acepto. Le guste o no le guste las reglas del deporte, son las reglas; me cuesta creer que Serena, la favorita de todos, la diva, cayera víctima de un árbitro racista. Ella hizo lo que hizo, y mereció perder. Quien *no* merecía el tratamiento que recibió fue Osaka, tan destrozada en lo que debía haber sido el triunfo de su vida, y es más triste todavía que fue otra mujer y además su ídolo quien se lo robó a ella.
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