Cuando en 1910, la feminista Clara Zetkin (Sajonia,1857- URSS, 1933) propuso a la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres, celebrada en Copenhague, que el 8 de Marzo se instituyera como el Día la Mujer Trabajadora, no le fue posible advertir que años después la celebración tomase matices muy diferentes a los que le dieron origen.
Y es que la militante socialista Clara se interesó, fundamental y profundamente, por la condición política de las mujeres, en especial el derecho al sufragio, impulsando el movimiento femenino en la socialdemocracia alemana.
El día 8 de marzo fue proclamado entonces jornada de lucha para las mujeres trabajadoras de todo el mundo, propuesta inmediatamente aceptada por las congresistas, en recuerdo del aniversario de la muerte de cientos de obreras en un incendio provocado en una fábrica textil de Nueva York.
A partir de la mencionada Conferencia Internacional, las mujeres socialistas de varios países europeos —Alemania, Suecia, Austria y Finlandia— celebraron el 8 de marzo organizando manifestaciones callejeras.
Pero el Día Internacional de la Mujer, como se conoce en la actualidad dicha propuesta, ha ido perdiendo paulatinamente su carácter obrero para erigirse en alabanza a la mitad de los seres humanos del planeta y de la reivindicación de los derechos de ellas. En lugares como Cuba, se ha convertido en una celebración estéril, que aporta muy poco a la visión profundamente renovadora y progresista que necesitamos las cubanas en el seno de nuestro proyecto revolucionario.
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