Atendiendo con humildad y ojo avizor a lo que sucede en los Estados Unidos hoy, nos ponemos a total disposición de activistas y procuradores de afroconciencias que existen ahora mismo tanto en Cuba como en sus espacios transnacionales. Pensar al país en términos democráticos y diversos contiene la demanda inmediata de iniciar estas difíciles conversaciones con las comunidades negras, tan largamente marginadas y hasta hoy abusadas policial e institucionalmente.
Serán conversaciones difíciles porque les adeudamos empoderamientos factuales y la instauración definitiva de un imaginario que no l@s mire y represente desde cotos de jerarquía colonial. Difíciles también porque habría que asumir que nuestra labor sería la del escucha y nunca la del dictaminador. Usar nuestros privilegios en función de una reestructuración profunda de la sociedad es trabajo de tod@s. Para Cuba y sus actores en la sociedad civil esta no es tarea de futuro sino del presente.
Lejos estamos, tal y como ha quedado establecido en el debate público de estos días, de entender la complejidad de la herida que los procesos de colonización y esclavitud han dejado tras de sí en las Américas. Lejos de empatizar sin poner condicionantes previas y hacer denuncias frívolas, acaso falsas, sobre lo que sucede hoy en Estados Unidos. Hay un histórico y conveniente malentendido en el que asumimos que las narrativas de gloria de l@s afrodescendientes en las Américas solo pertenecen al ámbito de la cultura o los deportes y que corresponde al resto de sus conciudadanos consumirlas acríticamente; mientras que a la par sus actos de desobediencia pasan de inmediato al mundo de lo criminalizado y por ende punible.
La imagen de un grupo de mujeres caucásico-descendientes haciendo de sus cuerpos una barrera para que la policía en Louisville no pudiera reprimir a los manifestantes el pasado jueves 28 de mayo es lección aprendida en Selma cuando el nunca olvidado Martin Luther King Jr. en 1965, mientras marchaba a Montgomery, se dejó acompañar por activistas y periodistas blancos para que los primeros golpes que asestara la policía local cayeran sobre sus cuerpos.
Como Estados Unidos, Cuba es un país multiétnico y, de un modo u otro, nos reconocemos como hij@s del cañaveral, de una economía y un orden social que nos puso a algunos a cortar las cañas y a otros a dar los latigazos para que esas cañas fueran cortadas. Pero somos también hij@s de la mezcla entre ambos. Corre por nuestra sangre la del esclavo y la del mayoral. Toca entonces y ahora mismo definir, a cuál de nuestros ancestros queremos socorrer. Acaso a ambos; solo que a uno debemos pararle la mano para que no golpee más mientras que al otro urge, sin preguntas o condiciones, dejarle respirar.
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