La libertad de expresión no es tal cuando desconoce nuestros derechos

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Por Lirians Gordillo Piña

Creo en las palabras, en su fuerza, en su impacto en nuestras vidas. Sobre todo creo en la responsabilidad social y los sentidos que implica usarlas, callarlas, cambiarlas. La distancia entre las opiniones y los derechos es corta. Miremos la historia y el presente.

En el caso de las mujeres, históricamente se han violado nuestros derechos en función de creencias patriarcales —opiniones fundamentadas desde la religión, la economía, la cultura, la política e, incluso, la psicología y la biología—.

Hoy sobran ejemplos lamentables:

  • El presidente Donald Trump está contra el abortoy tres días después de tomar posesión del cargo firmó un decreto que impide financiar con fondos federales a ONGs que asesoren o informen a las mujeres sobre el aborto. No importa que, según un reporte de 2016, “220 millones de mujeres en todo el mundo carecen de acceso a métodos anticonceptivos eficaces, a pesar de querer evitar el embarazo” y que “solo en América Latina y el Caribe se dan más de cuatro millones de abortos inseguros al año”.
  • Un criterio homofóbico, sin sustento científico, limita el derecho de adopción a parejas homosexuales. En menos de una veintena de países existe el derecho pleno a adoptar.
  • En Cuba quienes hacen publicidad —estatal y privada— parecen coincidir en la idea de que la belleza “más comercial” es blanca, heterosexual y joven. Mientras que en el Noticiero Nacional de Televisión, el pasado 6 de marzo, pudo escucharse la ternura como una de las “cualidades propias” del sexo femenino.

Por eso, no creo en la libertad de expresión de la misoginia, la homofobia, el racismo, la explotación capitalista, el fundamentalismo religioso, la depredación ambiental y la discriminación religiosa.

Cuando la discriminación se expresa libremente, de manera sutil o despampanante, resta terreno a nuestros derechos y debe ser analizada, criticada y sancionada.

Pero a veces es fácil caer en el relativismo de la tolerancia y el “debate democrático” si: el machismo y la homofobia revelan desde un cuerpo de mujer u homosexual; se entremezclan con un discurso “revolucionario” o  “de crecimiento espiritual” o porque definitivamente se entiende como un tema menor y la altura del arte, del discurso público, de la ciencia y la política no disminuye aunque sea misógina, machista, homofóbica.

Pero fuera de toda ideología y más allá de decisiones personales, está la humanista cualidad de la empatía y la responsabilidad social que me aconseja callar antes que vulnerar el derecho de quien no está en mis zapatos.

No soy una de las 47,000 mujeres que mueren en el mundo por abortos inseguros. A diferencia de las cubanas ellas no tienen un acceso gratuito, especializado y en instalaciones hospitalarias. Muchas niñas, adolescentes y mujeres no tienen una segunda oportunidad porque decidir sobre su cuerpo les costó la vida o más de 20 años de prisión.

Por eso no creo en la libre expresión inconsciente de que un NO al aborto entroniza con el control de nuestros cuerpos y nuestra sexualidad.

Tener otro rostro, ponerme otro nombre, pisar otra tierra, amar a otra persona, oscurecer mi piel, profesar una fe, puede hacerme protagonista de los relatos de este siglo XXI donde posesión demoníaca sigue siendo sinónimo de hoguera para mujeres locas y promiscuas.

Por eso la libertad de expresión no es tal cuando desconoce nuestros derechos.

 

Foto de portada: Ailynn Torres Santana
Tomado de Asamblea Feminista.

 

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