negra cubana tenía que ser

La primera prueba de VIH que me hice en la vida fue hace como 8 años.
Recién conocía a Orlando, un médico bisexual cuya esposa estaba embarazada. La principal preocupación de este hombre era haber tenido una relación de riesgo y, por ende, haber infectado a su conyugue, quien le daría el ser más importante en su vida: su ansiada hijita.
Sin casi conocerlo, pero con la intención de que saliera de dudas, le acompañé a que se hiciera la serología al VIH, como si yo fuera su pareja porque él no quería hablar de su bisexualidad y mucho menos de las relaciones desprotegidas que en ocasiones había tenido con hombres. Mi presencia le haría soslayar tales aspectos de su vida intima.
Su prueba dio negativa, con lo cual Orlando recuperó la felicidad por el próximo nacimiento de su hija sana. Me alegro de haber podido asistirle, porque lo más importante era que conociera su estado serológico.
De aquel incidente no se enteró ni Reinaldo, quien era mi pareja en ese momento. Los dos, Orlando y yo, fuimos negativos.
Luego en el mayo del 2009, durante la segunda Jornada contra la homofobia, me quise examinar. Esta vez en la consejería anónima y confidencial que abrieron para la ocasión. Nuevamente negativa.
El pasado sábado volví a pesquizarme, en el marco de la 5ta Jornada. Esta vez, fue confidencial pero no anónima porque me pidieron el carné de identidad e introdujeron mis datos generales en una planilla. Ciertamente, pensé que sería como la anterior, ANÓNIMA, en la que solo tuve que decir información que nunca ayudaría a mi localización, en el caso de ser positiva al VIH.
Al preguntar las razones por las cuales la prueba dejó de ser anónima me explicaron lo que ya sabía: los pesquizajes realizados con pruebas rápidas en Cuba se estaban haciendo de este modo, era una decisión de ¨más arriba¨. Me imagino que el gobierno tenga la prerrogativa de gastar el kit de examen en quien pueda ser, luego, ubicado. Una estrategia de control, pienso, que lleva implícita la repetición de la prueba, el aviso al área de salud, la obligación de pasar el curso “Aprendiendo a vivir con VIH”, el otorgamiento de la dieta médica, y hasta etc.
Fui el no. 81 en la lista de las personas examinadas. Junto a mí, una joven también estaba para que le fuese extraída la muestra de sangre que serviría para el diagnóstico.
Sin embargo, esta chica había llevado su propia aguja pues no confiaba en el origen y la esterilidad de las lancetas usadas para ese fin.
Luego de mucho explicarle (hasta me metí en la conversa intentando que entendiese que no tenía sentido dudar de la calidad del material usado pues al MINSAP no le conviene (ni es ético) dar un falso positivo, mucho menos por problemas con el instrumental) la chica seguía insistiendo en que fuera usada la aguja que había traído de su casa. El asunto se terminó cuando quien parecía ser la jefa del laboratorio le dijo que entonces no se le podía realizar la prueba.
Luego, mientras esperaba por el resultado, felicité a la especialista por la entereza de su decisión, comentando acerca del problema legal que podría desprenderse de haber accedido a la petición de la chica. La pobre, el miedo anuló su capacidad para comprender que allí nadie quería darle un resultado positivo, muchos menos por una negligencia con el material utilizado. Al final, la muchacha se fue sin calmar la pregunta que seguramente le lleva martillando la existencia desde hace un tiempo atrás: ¿tendré SIDA?.
Finalmente arribó mi resultado: soy NO REACTIVA, lo cual quiere decir que en mi sangre no hay anticuerpos al VIH.