Sin tiros, amenazas o invasiones militares, llegó y partió de Cuba el presidente número cuarenta y cuatro de los Estados Unidos, Barack Hussein Obama. Los cubanos en distintas latitudes hurgamos las pantallas y nos hicimos al inevitable debate sobre las motivaciones, las reacciones y ya más recientemente los efectos de la visita. Más allá de las imágenes y los discursos, el fin del antagonismo con “el norte revuelto y brutal” sacude como un terremoto invisible imaginarios que han definido nuestras narrativas nacionalistas, entre ellos las relaciones Cuba- Estados Unidos, el lugar del no-blanco en el ideario nacional y cuál es la coalición bajo la que es definida la nación.
Los patriotas cubanos, desde Saco hasta los Castros, han entendido nuestra cercanía a los Estados Unidos como eje de nuestro destino político y económico. El pánico de que la isla se convirtiera en un segundo Haití, junto a las aspiraciones de mayores libertades comerciales y políticas de la élite criolla, hizo atractiva a los capitalistas cubanos del SXIX la alianza con el norte. Estados Unidos, en fin, venía deslindándose como faro de modernidad en el mundo industrializado, mientras el imperio español se tambaleaba con la independencia de las naciones latinoamericanas y con un resentido despecho por las nuevas disidencias internas y externas.
Las guerras independentistas y la formación de la primera gran oleada de la diáspora cubana en los Estados Unidos, catalizaron el entendimiento de las posibilidades y amenazas concretas que representaba el creciente imperio. La amenaza se manifestó con la invasión americana de 1898, y la garantía intervencionista que representó la rúbrica de la Enmienda Platt en 1901. Las protesta de patriotas como Juan Gualberto Gómez, Enrique José Varona, Martínez Villena, Mella solidificaron la corriente antiimperialista claramente establecida por José Martí.
La invocación de esta tradición antiimperialista ha sido fundamental en la narrativa nacionalista de la revolución cubana e instrumental para galvanizar una coalición internacional, con el campo socialista, los movimientos de liberación en África y la izquierda internacional.
Pero ahora el norte aterriza en el aeropuerto José Martí. La ausencia de Raúl Castro al pie de la escalerilla recordó las tensiones bajo las que se ha hecho a la mar el barco de la reconciliación. Para espanto de mi antiguo profesor de “Preparación para la Defensa”, los insulares no corrieron al refugio. A pesar de las “seguridades” mancomunadas, el pueblo agolpó calles, ventanas y balcones, llenos de júbilo y emoción incontenida. La doctrina de Obama, para con Cuba, hasta el momento, parece suspender el intervencionismo de la Doctrina Monroe. Bajo un aura de carismática diplomacia el nuevo “soft power”, obedece a lógicas más sutiles y ágiles de la geopolítica y el capitalismo tardío. Para ellas nuestros discursos nacionalistas no han estado preparados. Barack Hussein Obama, avanza imperturbable a pesar nuestras demandas, nuestras crisis o nuestros insultos políticos.
Desde los inicios de su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos, Obama ha lidiado con el escrutinio de sus detractores. No ha sido escaso el racismo que ha cuestionado su capacidad para gobernar, su supuesta adscripción al islam o la veracidad de su certificado de nacimiento. Inaugurado como presidente de la nación más poderosa de la tierra, su retórica sobre el asunto se ha contenido, no ha sido este el caso de la óptica. La primera familia ha proyectado una impecable una imagen de respetabilidad sin sacrificar su identificación con la cultura negra de los Estados Unidos y la Diáspora. Recién llegado a la Casa Blanca, y no sin controversias Obama sustituyó el busto de Winston Churchill por el de Martin Luther King. Los Obamas en sus numerosas galas sociales no solo han legitimado la excelencia de pintores, músicos y bailarines negros sino también los han hecho políticamente correctos.
La labor descolonizante de la familia Obama no podría completarse sin visitar Cuba donde la castración política del negro ha sido concomitante a la formación nacional. El cuerpo negro que creó las riquezas del criollo blanco y cargó al machete contra los españoles, fue también masacrado en números aún desconocidos en 1906 y en 1912, cerrando con sangre una centuria de lucha por derechos civiles en el marco de la nación. La supuesta invalidación del racismo bajo la doctrina revolucionaria, no ha impedido que la figura del negro siga siendo el símbolo de la barbarie, la incultura y el ridículo nacional.
Dentro y fuera los ofendidos “tradujeron” al racismo criollo el cuerpo negro de Obama y así le vimos desfilar en memes y caricaturas como el negro rumbero, el negro músico, el negro congo y el negro calesero. La caricatura racista sigue siendo un lugar común para la afrenta, como nos recorda el artículo de Tribuna de la Habana “Negro, tú eres sueco?.
Obama no necesita por suerte de un pasaporte sueco para comprar en una boutique con precios prohibitivos, pues simplemente encarna el poder del imperio. Sin embargo, muy su corona no eclipsó su sencillez. Su controversial e informal “que volá” dejó una estela de familiaridad en los barrios más dilapidados de la ciudad en los que se agolpa mayormente la población negra. Obama bailó el tango en Argentina, pero no bailó en Cuba, ni fumo tabacos. En cambio fue a una paladar de propietarios negros, escasamente representado en la nueva clase media, asi como exhortó a una mayor participación de los afrocubanos en las nuevas proyecciones económicas.
Según los silogismos del racismo criollo un mulato cubano no iría a Harvard para casarse con una mujer pobre y más oscura que él. Obama en esta lógica perversa, es cuando menos un mulato paradójico, que en inglés nos convoca una nueva coalición nacional. A través de Babalu, San Lázaro, Jesucristo y la divina intervención del Santo Padre, el presidente número cuarenta cuatro, apela a creencias más antiguas y entrañables quizás que las políticas. No en balde Marx las etiquetó como el “opio el pueblo”. En ese opio según la Doctrina Obama es posible establecer una nueva comunidad imaginada, una nueva hermandad con más afinidades que diferencias, con más afectos y menos rencores. Desde su primer twitazo o la elección de una paladar en un barrio periférico para cenar con su familia, quedó claro que le interesaba más el pueblo que el protocolo. Así se sentó a la mesa de Pánfilo, un personaje que gravita entorno a la libreta de abastecimiento, para jugar el domino y dejarlo ganar.
El jiujitsu político del Obamazo, a través de sus discursos habaneros, superpuso apelaciones disímiles en su llamado por una Nueva Cuba. Con su propia historia personal, legítimo la necesidad de la protesta y el disenso. “Cuando mis padres se conocieron no hubieran podido casarse en muchos estados de mi propio país, pero gracias a disidentes como Martin Luther King y otros he podido llegar a ser el presidente de los Estados Unidos”. Su inclusión sin miramientos del exilio histórico y la disidencia como segmentos necesarios e indispensables de la nación en el futuro supera, lamentablemente, a un régimen que ha sepultado su humanidad con lemas y uniformes.
Foto de portada: Ismael Francisco, tomada de Cubadebate.
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